Panteón San Nicolás, antiguo y famoso campo santo de León. Foto: Cortesía

Cuentan los viejos del barrio que en el Panteón de San Nicolás, uno de los camposantos más antiguos de León, las almas inquietas aún caminan entre las tumbas. De noche, el aire se llena de murmullos, de lamentos que parecen venir de otro tiempo.

Entre las historias que se narran con voz baja y mirada temerosa, destacan tres: la de la chica del antro, la del taxista y el pasajero del panteón, y la de las víctimas del 2 de enero de 1946.

Estas son las crónicas que han tejido la memoria de los leoneses.

La Chica del Antro

Dicen que una madrugada, alrededor de las tres, un taxista recogió a una joven a las afueras de un antro en el centro de la ciudad. Llevaba un vestido brillante, el cabello rizado y los ojos grandes, como si guardaran un secreto.

—Lléveme a la calle Candelaria, en el Coecillo —le dijo con voz suave.

Durante el trayecto, la muchacha permaneció en silencio. Al llegar, señaló una vieja casona y pidió al conductor que la esperara un momento. “Espéreme tantito”, fueron sus últimas palabras antes de entrar.

El tiempo pasó y las luces de la casa nunca se encendieron. Intrigado, el ruletero tocó la puerta, pero nadie respondió. Decidió marcharse y volver al día siguiente para cobrar el pasaje.

A la mañana siguiente, una señora de rostro cansado abrió la puerta. El taxista le explicó que la noche anterior había dejado allí a una joven y que aún le debía la tarifa. La mujer, con gesto incrédulo, preguntó cómo era la muchacha.

Los Monjes Cuenta Leyendas en el Panteón de San Nicolás. Foto: Especial

—De cabello chino, morenita, ojos grandes y nariz ancha —respondió el taxista.

La señora entreabrió la puerta y mostró una fotografía. El hombre palideció. Era ella.

—Esa es mi hija —dijo la mujer con voz quebrada—. Pero falleció hace varios meses… y no es la primera vez que un taxi me la trae de vuelta.

Le pagó al conductor, pero antes de despedirse le pidió algo más:

—Si vuelve a verla, llévela al Templo del Mezquitito. Ahí descansan sus restos… quizá así pueda, por fin, encontrar la paz.

Desde entonces, algunos taxistas aseguran que, en las madrugadas frías, una joven pide un viaje al Coecillo… y desaparece antes de llegar.

El Taxista del Panteón

Otra historia que circula entre los operadores del volante ocurrió en el año 2007.
La protagonista es doña Toña, antigua radio-operadora de taxis, quien recuerda con escalofrío aquella noche.

Eran casi las doce cuando comenzó a llamar repetidamente a la unidad “X”. Nadie respondía. Finalmente, una voz entrecortada sonó en el altavoz:

—Me reporto al servicio central. Levanté pasaje y estoy esperando que me paguen la dejada.

—¿Dónde estás? —preguntó Toña.

—En el Panteón de San Nicolás… pero no en la calle, estoy dentro. El pasajero… desapareció.

Alarmada, la operadora avisó a tres unidades cercanas —la 1000, la 2000 y la 3000— para que acudieran en su auxilio. Al llegar, los compañeros reportaron que el lugar estaba completamente oscuro y desierto.

Pasaron los minutos. De pronto, vieron salir lentamente la unidad X del interior del panteón… y detenerse. El taxi estaba cerrado con seguro y el conductor seguía al volante, inmóvil, con los ojos abiertos y la mirada perdida. No escuchaba, no respondía.

Al día siguiente, los ruleteros fueron a reclamar al supuesto vigilante por la “broma” de la noche anterior. Pero el encargado del cementerio los miró extrañado:

—Aquí no hay velador, señores. Los únicos que cuidan las tumbas… son los muertos. Desde que se inauguró el camposanto, hace más de cien años.

Desde entonces, algunos dicen que, si pasas de madrugada por Escobedo, puedes ver un taxi estacionado frente al panteón, con el motor encendido y el conductor mirando al vacío.

Las Almas del 2 de Enero

La última leyenda tiene raíces en un hecho real que marcó a León para siempre. El 2 de enero de 1946, una manifestación pacífica en la plaza principal fue reprimida con violencia. Las fuerzas oficiales abrieron fuego contra ciudadanos que exigían respeto al voto popular.

Decenas de hombres y mujeres cayeron esa tarde. Sus cuerpos fueron llevados al Panteón de San Nicolás, donde descansan hasta hoy.

Cada año, en la conmemoración del suceso, los ancianos del lugar aseguran que, en la víspera del Día de Muertos, las almas de aquellos mártires se levantan de sus tumbas. Algunos aseguran verlos caminar por los pasillos del panteón; otros dicen que vagan por la presidencia municipal, buscando justicia y repitiendo las consignas que un día gritaron en vida.

Su clamor resuena todavía: “El voto del pueblo se respeta.”

El Panteón de San Nicolás guarda muchas historias, pero también secretos. Entre el silencio de los cipreses y las cruces oxidadas, las voces de los muertos siguen contando sus penas a quien se atreve a escuchar.

Porque en León, dicen los viejos, la muerte nunca calla… solo espera a que alguien vuelva a contar su historia.

DMG

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