Al inicio del siglo, Adriano era el modelo de atacante potente, goleador y con magia en los pies. Sus juegos con el Inter de Milán dejaban chispazos que recordaban al mejor Ronaldo Nazario y, por qué no decirlo, al Pelé del Santos.
Pero a partir de 2004 y hasta 2009, su declive fue evidente. Perdió el futbol y más que eso, perdió la pasión y cayó en el alcoholismo.
Según revela el portal inglés 90min.com, citando un artículo de The Players Tribune, Adriano confesó que su amor por el juego se fue con la vida de su padre, quien falleció en 2004.
“En el lapso de nueve días, pasé del día más feliz de mi vida (al ganar la Copa América en 2004), al peor día de mi vida& Me dijeron que mi padre había muerto. Un infarto”, escribió Adriano en The Players.
“Les diré que después de ese día, mi amor por el futbol nunca fue el mismo. Él amaba el juego, así que yo amaba el juego. Era así de simple. Era mi destino. Cuando jugaba al futbol, jugaba para mi familia. Cuando marcaba, marcaba para mi familia. Así que cuando murió mi padre, el futbol nunca volvió a ser el mismo”.
En 90min.com recuperan la narración de Adriano sobre aquellos duros días, pues Adriano se enteró de la muerte de su padre estando en Italia y no pudo viajar a Brasil de inmediato, pues debía jugar.
“Estaba al otro lado del océano, en Italia, lejos de mi familia, y simplemente no podía sobrellevarlo. Me deprimí mucho. Empecé a beber mucho. Realmente no quería entrenar. No tenía nada que hacer con el Inter. Solo quería irme a casa”.
Mantuvo su nivel goleador un tiempo, pero confiesa que cada vez estaba más deprimido y el alcohol fue uno de sus refugios.
Se fue de Italia ‘roto’
En 2009, aprovechando una convocatoria a la selección brasileña, decidió no volver al Inter y aceptó que su carrera europea había terminado.
Para colmo, en 2011 se rompió el tendón de Aquiles y entonces entendió que su carrera no podía sino ir en picada.
“Sabía que todo había terminado para mí físicamente. Puedes operarte y rehabilitarlo y tratar de seguir adelante, pero nunca volverás a ser el mismo. Mi explosividad se había ido. Mi equilibrio se había ido. Mierda, todavía camino cojeando. Todavía tengo un agujero en mi tobillo”.
La lesión se sumó al dolor por la muerte de su padre y su retiro fue inevitable.
“Fue lo mismo cuando murió mi padre. Excepto que la cicatriz estaba dentro de mí. Tengo un agujero en el tobillo y otro en el alma”.
