León, Guanajuato.- Éramos felices y lo sabíamos. Éramos felices y ahora lo ratificamos.
El futbol mexicano ha experimentado con fórmulas que han terminado por desgastarse y ser peor que una piedra en el zapato camino a San Juan.
Para la temporada 94-95 se creó la Primera A, que pasó después a llamarse Ascenso MX, y en más de 25 años tuvo de todo: finales dramáticas, monarcas sorprendentes, clubes tradicionales y campeonatos espectaculares, pero también fue “cementerio de elefantes”, jugadores que debutaron y que se hicieron veteranos sin trascender más allá de esta división, ensayos con filiales, dueños de dudosa procedencia, estadios secuestrados y hasta más de cien nombres de equipos que desaparecieron.
Hoy los intereses son muchos por encima de lo deportivamente importante.
El romanticismo fluye cuando se viven momentos tan coyunturales como los presentes. Y de esa melancolía aparecen entonces las formas en las que el futbolista nacional era forjado a través del fuego y los martillazos que les permitieron después crear una carrera en el máximo circuito.
Aún cuando hoy que existen tantos torneos y categorías que solo hacen más lejano el sueño de llegar a la cúspide del balompié nacional, no se compara como cuando únicamente había una Tercera, una Segunda y una Primera División, y entre estas dos últimas, un Torneo de Reservas de una calidad buenísima. Cuatro escalones casi obligados para poder llegar, cuatro aduanas que te hacían llegar.

Aquí en León, hemos visto el nacimiento futbolístico de jugadores que lograron coronarse en las tres divisiones, como lo hizo Martín Peña, con Curtidores y León.
Mi padre jugó con la Fiera en el Torneo de Reservas y en los inicios de la década de los 70 formó parte del Curtidores de la Segunda que varias veces se quedó cerca de alcanzar el ascenso, pero que al recibir la invitación para jugar en la Primera, los jugadores mexicanos que habían estado en la división de ascenso fueron base para lograr con el Unión varias campañas de alarido codeándose con los grandes clubes de México.
La Segunda División era exclusiva para el jugador mexicano y se tenía que ascender con puro producto nacional y producto de gallina. No había cabida para el futbolista extranjero y si un club de esta división elegía a un entrenador de otro país, este debía dirigir desde la tribuna. Así lo intentó el León con el chileno Pedro García.
En lo personal siempre me agradó asistir a los partidos del Torneo de Reservas que servían como preliminares a los encuentros de Primera División. Era una doble cartelera de lujo.
Gracias a este Torneo de Reservas, que se jugó por poco casi tres décadas, las entonces promesas de los equipos dieron buenos partidos compartiendo pases y goles con los futbolistas ya consolidados que cumplían una convalecencia o alguna sanción.

En el asombro a los ojos de un niño como lo era, recuerdo lo maravillado que me ponía gracias a las Reservas con el “Chupón” Rodríguez, perdonen mi comparación, pero era como mi “Garrincha” leonés, que después brincaría a las Chivas donde fue campeón.

Fue un torneo que preparó a muchos y de la mejor manera, no había fórmula secreta ni configuración algebraica, el joven se proyectaba en la cancha y el ya experto lo hacía jugar ante cientos de aficionados que se la pasaban medio día en el estadio pagando un solo boleto.
Luego, vinieron las ideas de los ideosos que comenzaron con una Segunda B, luego una Primera A, que ya le pusieron Premier, que si la Sub 15 o que si la Sub 17 y así el camino al ascenso futbolístico del jugador se tornó sinuoso y enredado.

Éramos felices, lo sabíamos, lo disfrutábamos y lo añoramos.
