Le sonríe a la vida, feliz Doña Beatriz por sus 101 años. Foto: Leopoldo Medina

San Felipe, Gto.- Doña Beatriz Hernández Mójica le sonríe a la vida. Sus seis hijos, 25 nietos, 31 bisnietos y tres tataranietos le festejaron sus 101 años de existencia. Ha pasado la mayor parte de su vida trabajando y rodeada de la naturaleza en Cañada Grande, San Felipe.

Su primera acción del día es rezar y pedir a su Dios Jesucristo que le conceda vida y paz.

En charla con AM Beatriz Hernández dice sentirse bien y alegre: “Yo me siento bien de salud y contenta por cumplir más de cien años. Lo que me preocupa es que estoy más delgada que antes”. comenta, mostrando al reportero sus brazos.

Recuerda que antes era “llenita” —no gorda—: “En mi rancho yo me crié en el campo. Era muy buena para comer y hasta la fecha”. Agrega su hija, Juana María M. Hernández: “Hace sus tres comidas y tratamos de darle alimentación saludable”.

Con tres de sus hijos, una de ellas Juana María. Foto: Leopoldo Medina

Originaria de El Salto del Ahogado, municipio de San Felipe, doña Beatriz Hernández iba a misa en San José del Tanque y ayudaba a su hermano en una nixtamalera. Allí conoció a su futuro esposo, Rodolfo Moreno Muñoz (QEPD), originario de San Julián, Jalisco, y residente de Cañada Grande, donde era administrador. Se vieron solo tres veces; el resto de la relación fue por cartas que llegaban a través de un mensajero de Rodolfo.

Ella pidió a su pretendiente que hablara con sus padres para formalizar. Tras este paso, se casaron. En aquel entonces, Beatriz tenía 25 años y Rodolfo 23. Llevaron una vida feliz, con sus inevitables “atorones”: “Yo era de un carácter muy duro. De verdad que mi esposo fue un regalo que me dio Dios; siempre fue un buen hombre” Reconoce.

Hoy, a sus 101 años, Beatriz Hernández ve con orgullo cómo su familia creció hasta sumar 66 integrantes: “Afortunadamente me ha tocado verlos nacer y crecer. Ser madre es uno de los grandes dones”. Afirma.

Una del recuerdo con su esposo. Foto: Leopoldo Medina

Con cierta resignación y su fe intacta, dice: “Será hasta que Dios lo quiera; solo Él sabe cuándo vendrá por nosotros”.

Católica desde su infancia, Beatriz formó parte de la Archicofradía de la Santísima Virgen de la Luz en León por al menos 50 años. 

Su hija Juana María cuenta que siempre le ha rezado a Cristo, del que tiene un enorme crucifijo, así como a la Virgen de la Luz: “Nos despertaba temprano a rezar: ‘Dulce corazón de María’ y teníamos que contestar: ¡Oh, dulce Corazón de María, sed la salvación del alma mía!”.

Recuerda las grandes peregrinaciones y festejos patronales de León. Rememora la fecha de las inundaciones: “Le imploramos a la Virgen de la Luz que detuviera la lluvia. Cuando sacaron su imagen para festejarla, el aguacero se detuvo. Fue un milagro; muchos no creen, pero así fue”.

Muestra sus libros y guías cuando fue a Roma a conocer al Papá Juan Pablo II. Foto: Leopoldo Medina

Con temple de acero

Aunque nunca quiso vivir en la ciudad, doña Beatriz Hernández siempre pensó en el bienestar de su familia. Mandó a sus hijas a estudiar a León y ellas vivieron en el fraccionamiento Hidalgo.

En 1990 decidió dejar Cañada Grande para cuidar de su familia, aunque seguía visitando su rancho. Se quedó definitivamente cuando enviudó, viviendo con sus hijas que le brindaron alojamiento y atención.

No todo ha sido alegría: en 2024 sufrió dos infartos y una caída que puso en riesgo su cadera. “Afortunadamente me restablecí con reposo; la operación era muy riesgosa”. Cuenta. Recibió buena atención en el ISSSTE.

Rodeada de su descendencia. Foto: Leopoldo Medina

Con cuidados y atenciones sigue de pie. No usa lentes y una de sus actividades favoritas es leer. Uno de sus recuerdos más valiosos es su viaje a Roma con los combonianos de San Francisco. 

Allí vivió una anécdota curiosa: “Tenía miedo de perderme del grupo y corrí al baño. Toqué y, después de un rato, respondió un hombre. Luego de que salió, entré y encontré una cartera con mucho dinero e identificación del propietario. La entregué a los sacerdotes… El resto quedó como incógnita”.

Con fe y gratitud, Beatriz Hernández deja todo en manos de Dios. La fiesta no termina: ahora se prepara para celebrar a una de sus nietas en San Pancho. Ya tiene listo su sombrero y un buen rebozo, que siempre la acompaña.

Doña Beatriz con nietos, bisnietos y Tataranietos. Foto: Leopoldo Medina

DMG

 

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