Tumbas olvidadas en el panteón Las Flores, en Salamanca. Foto: Alejandro García Vizcaíno

Salamanca, Guanajuato.- A pocos días de celebrar el Día de Muertos, en el panteón de Las Flores se percibe la tranquilidad y la calma que anteceden a la algarabía que trae consigo el folclore y la sátira con que se honra a los fieles difuntos.

Pero entre el polvo que se levanta con el aire que se filtra en los pasillos del camposanto, se asoma una realidad más silenciosa: la de las tumbas olvidadas.

La otra cara del Día de Muertos se manifiesta en lápidas quebradas, cubiertas de maleza y tierra, cuyos nombres ya no pueden leerse.

Ahí descansan los restos de quienes ya no tienen quien los visite el 1 o el 2 de noviembre. Nadie les lleva flores, nadie limpia sus sepulcros y, quizá, nadie los recuerda.

El olvido, una segunda muerte

En la tradición mexicana, la conmemoración de los fieles difuntos no solo honra la memoria de los que se fueron, sino que reafirma la conexión entre los vivos y los muertos.

Las ofrendas y las veladoras son puentes que iluminan el camino de regreso, pero las tumbas olvidadas, las que nadie visita, parecen quedar fuera de ese añejo ritual.

El olvido es considerado una segunda muerte, aún más cruel para el difunto, porque además de la muerte física, las almas sufren el peso de haber sido olvidadas por sus seres queridos.

Flores para quien nadie recuerda

En ocasiones, ese abandono se rompe de manera anónima con el gesto solidario de alguna persona, un visitante al panteón o un desconocido que, movido por la compasión, coloca una flor y limpia una tumba olvidada.

En el panteón Las Flores, las tumbas olvidadas se convierten en un recordatorio de que la muerte no duele tanto como el olvido.

RAA

Tumbas olvidadas en el panteón Las Flores, en Salamanca. Foto: Alejandro García Vizcaíno

Tumbas olvidadas en el panteón Las Flores, en Salamanca. Foto: Alejandro García Vizcaíno

Tumbas olvidadas en el panteón Las Flores, en Salamanca. Foto: Alejandro García Vizcaíno

Tumbas olvidadas en el panteón Las Flores, en Salamanca. Foto: Alejandro García Vizcaíno

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