Aunque no han surgido nuevas revelaciones definitivas o acontecimientos decisivos en el escándalo del huachicol fiscal, las sospechas y la especulación abundan. Comparto algunas de ellas, así como mi opinión al respecto, en el entendido de que falta una gran cantidad de información.
Una primera tesis, ampliamente comentada, consiste en vincular la detención del vicealmirante Roberto Farías y el estallido del caso de la Marina con la visita a México del secretario de Estado, Marco Rubio. Se sugiere que o bien Rubio le exigió al gobierno de Sheinbaum que ya procediera contra los altos mandos de la Marina, o bien le entregó las famosas pruebas a la Presidenta y ella actuó en consecuencia. Me parece, ahondando en la especulación, que esta tesis no cuadra con el tiempo que duró la reunión entre Rubio y Sheinbaum, ni con las versiones muy detalladas que se han filtrado sobre el tenor —ríspido, incómodo— del encuentro, ni con la hipótesis de que Rubio hubiera transmitido la información o la exigencia a un colaborador de la Presidencia (De la Fuente o García Harfuch). De la misma manera que el ataque de Trump a una lancha venezolana la víspera del cónclave con Rubio constituyó en mi opinión una casualidad, creo que las acusaciones contra los hermanos Farías también lo fueron.
Una segunda versión que circula por las redes —y en algunas columnas, como la de Carlos Loret el martes— se refiere al tipo de relación entre el anterior secretario de Marina y sus dos sobrinos políticos. Más allá del nexo formal —son hijos de la hermana de su esposa, Sandra Laguna, con quien lleva un trámite de divorcio desde 2005— hay quienes sostienen que el vínculo es más estrecho. Nacidos los hermanos en los años 70, se afirma que su padre, un exmarino, era el mejor amigo de Ojeda de joven. Se casan con dos hermanas, intensificando el nexo. Pero el padre de los Farías Laguna, según Loret, murió ahogado, siendo ellos menores, y sus tíos —Sandra Laguna y Rafael Ojeda— se hacen responsables de criarlos, junto con su madre. De allí la cercanía del exsecretario con ellos, su ingreso a la Marina, sus vertiginosos ascensos, su desfachatez en los múltiples embarques de diésel, y la protección de la que gozaron durante el periodo de Ojeda y López Obrador.
La estrechez del nexo mencionado, en caso de confirmarse, volvería aún más inverosímil lo que afirmaron tanto Sheinbaum como Gertz y el actual secretario, Raymundo Morales: Ojeda no solo no era cómplice, sino que denunció a sus sobrinos.
Por último, proliferaron especulaciones sobre la postura de López Obrador: ¿sabía algo, nada, o todo? ¿Alguno de sus hijos tuvo conocimiento de —o incluso participación en— la gran estafa al fisco? Se antoja imposible aceptar la idea de un desconocimiento completo, ante la proximidad de AMLO a las fuerzas armadas, de la importancia que le asignaba al tema de las aduanas, y de su contacto constante con el Fiscal General.
Es obvio que Sheinbaum lo protegerá hasta las últimas consecuencias. No obstante, el flanco débil o vulnerable que representa Ojeda puede convertirse en una prueba de ácido para el gobierno. Si los sobrinos cantan; si surgen otros altos mandos marinos acusados; si se filtran documentos, testimonios o fotos, de fuego amigo en México o de radicales en Estados Unidos; si cualquiera de estas eventualidades se materializa, Ojeda se puede tornar indefendible.
Allí sí le llegaría el agua a los aparejos a López Obrador. Cuando en marzo las autoridades abordaron el Challenge Procyon, dudo que se imaginaron el lío en el que se metían, y el desmadre que se iba a armar. Pero ya ni modo.
