Si Nicolás Maduro cae del poder, impulsado por las acusaciones de Donald Trump, también cae el vetusto régimen cubano. Lo mismo pasaría con la izquierda cocalera de Evo Morales. 

En Colombia, México y Chile hay gobernantes de izquierda, cada uno con su propio color. Gustavo Petro no ha gobernado bien a pesar de su moderación ideológica; Boric, en Chile, mantiene la cordura de un centrista más que de un radical.

En México, Claudia Sheinbaum tiene sin crecimiento al país en medio de la lucha por recuperar el poder frente al crimen organizado, tema medular para la confianza interna y externa. La entrega de 26 miembros del crimen organizado significa un esfuerzo por allanar cualquier dificultad con los Estados Unidos. La Presidenta es una persona inteligente que ha moderado su antigua ideología de izquierda radical. La realidad la obliga.

Poco a poco los gobiernos autoritarios y antidemocráticos de una supuesta “izquierda socialista” irán cayendo. No hay duda de eso, lo que no sabemos es cuánto tiempo llevará. 

En Argentina hubo un cambio radical del populismo peronista a una derecha radical, una que tuvo las agallas de eliminar el déficit público para atajar la hiperinflación. El sacrificio ha sido enorme, pero los frutos se ven. Este año, Argentina volverá al crecimiento y reducirá la inflación a menos del 30 %. Algo que no se veía desde hace dos décadas. 

Volviendo a Maduro, el tiempo se acaba para el dictador que robó la pasada elección. Sus puntos de apoyo eran Irán y Rusia que no tienen mayor interés en rescatar al dictador si es que Estados Unidos hace una invasión relámpago para llevarlo a juicio. México guarda silencio porque, en caso de una invasión a Venezuela, tendría que lamentar el intervencionismo norteamericano, pero lo haría con voz muy bajita para no interrumpir la buena relación. Nadie en su buen juicio jugaría su pellejo por Maduro. 

Además de todos los crímenes, el robo de elecciones y lo patán que es Nicolás Maduro, hay un interés muy grande por las reservas de petróleo y gas de su país. Imaginemos que cae el tirano y el país se abre al mundo, se reconcilia con los más de 8 millones de exiliados; imaginemos que vuelve a una relación sana con EU, entonces Venezuela podría convertirse en una potencia económica. Porque si pasa el tiempo, las inmensas reservas de petróleo (300 mil millones de barriles) cada día valdrán menos. 

Tan solo multiplicar esos 300 mil millones de barriles por 30 o 40 dólares, dan riqueza para levantar su economía (12 billones de dólares). Eso sin contar el gas que suma 195 billones de pies cúbicos. Venezuela es como aquel burro que carga agua y muere de sed. Nada de que es socialista ni de izquierda, es un país que cayó en manos de dos sátrapas que lo hundieron. Hugo Chávez y Nicolás Maduro destruyeron al país más rico de Latinoamérica. 

La caída de Maduro también tendría un efecto dominó en el ánimo de sus vecinos. Perú, Ecuador y Bolivia (próximamente) que regresan a políticas de fortalecimiento del libre mercado y al reconocimiento del valor de la iniciativa privada para la prosperidad. 

Lo que más celebraremos será la verdadera liberación de Cuba, donde la riqueza se acumula en manos del Ejército que sostiene a la dictadura. Un pueblo sacrificado durante 65 años debe regresar al mundo de hoy. 

 

RAA

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