En un mundo cada vez más complejo, diverso e interconectado, la educación para la ciudadanía se ha vuelto no solo importante, sino esencial. Esta forma de educación no se limita a transmitir conocimientos académicos, sino que busca formar personas conscientes, responsables y comprometidas con su entorno social. Su objetivo principal es preparar a la ciudadanía no solo para vivir en sociedad, sino para mejorarla.
La educación para la ciudadanía mundial examina elementos para ayudar al alumnado, de todas las edades, a convertirse en seres humanos respetuosos capaces de adaptarse a un mundo que avanza rápidamente, incluso frente a retos y amenazas complejos. La UNESCO la impulsa en todas las asignaturas y en todos los ámbitos de la vida para proporcionarles conocimientos, competencias y actitudes que cultiven la tolerancia, el respeto y un sentimiento compartido de pertenencia a una comunidad mundial, con el objetivo último de garantizar los derechos humanos y la paz. Hasta hace pocos años esto no se trataba en las escuelas, se evadía el tema.
Una expresión clave del pensamiento y pedagogía de San Juan Bosco, sacerdote, fundador de los salesianos y reconocido educador en el mundo, es la de describir el tipo de personas que deseaba formar a través de su sistema educativo: “Buenos cristianos y honrados ciudadanos”.
Educar para la ciudadanía significa enseñar valores como la justicia, la igualdad, la solidaridad y el respeto por los derechos humanos. También implica desarrollar habilidades como el pensamiento crítico, la empatía, la capacidad de dialogar y de convivir con personas diferentes. En sociedades donde las opiniones se polarizan con facilidad y donde la desinformación circula con rapidez, estas habilidades son más necesarias que nunca. Algo muy necesario en nuestro México.
La educación para la ciudadanía fortalece la democracia. Cuando los ciudadanos comprenden sus derechos y deberes, y saben cómo funcionan las instituciones, es más probable que participen activamente en la vida pública: que voten, se informen, exijan transparencia y se comprometan con el bienestar colectivo. Una ciudadanía educada no es pasiva: cuestiona, propone, actúa y construye, no se hace a un lado dando excusas y quitándose responsabilidades.
Además, esta educación fomenta la convivencia pacífica. Nos ayuda a resolver conflictos de forma no violenta, a reconocer el valor de la diversidad y a rechazar la discriminación en todas sus formas. En comunidades donde conviven personas con distintas culturas, edades o creencias, estos aprendizajes son clave para evitar tensiones y promover la armonía.
Otro aspecto fundamental es su enfoque en la responsabilidad social y ambiental. Enfrentamos desafíos globales como el cambio climático, la pobreza o las migraciones forzadas. La educación para la ciudadanía nos conecta con estos problemas y nos motiva a actuar desde lo local: cuidando nuestro entorno, participando en proyectos comunitarios, y promoviendo cambios sostenibles.
Por ello, no debe considerarse un complemento del sistema educativo, no se trata de una materia como civismo, sino una de las bases más importantes del quehacer educativo. Es una herramienta para construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria, donde todas las personas tengan voz y sean protagonistas de su presente y de su futuro. Es educar para la vida en común. Y en tiempos donde muchas veces se impone el individualismo, recordar el valor del “nosotros” puede marcar la diferencia. Las y los docentes deben ser protagonistas y ejemplo de todo lo anterior. Hay que recuperar la dignidad del magisterio y no demeritarlo.
Si entendemos la ciudadanía como una disposición para lo común, una dedicación a la ciudad es evidente que tal disposición no se desarrolla espontáneamente es necesario formarla y constituirla en el carácter del ser humano. Estamos hablando de un tipo de educación especial: aquella que tiene por finalidad formar moralmente a las personas, no sólo instruirlas en un arte u oficio, sino una educación que busca como primera medida convertir a los individuos en auténticos ciudadanos, en sujetos responsables y sobre todo solidarios, en ciudadanía dispuesta a no preocuparse solamente por sus intereses particulares sino también, y en igual grado, por el bienestar y malestar de quienes le rodean.
La ciudadanía deberá conocer los derechos fundamentales, la constitución, los deberes, la organización de las instituciones democráticas; en términos generales, la organización estatal del lugar donde vive. Lo anterior, porque una persona que tiene conocimiento de la organización estatal de la sociedad donde convive con los demás, por necesidad conocerá y, sobretodo, será conciente de su papel político en cuanto ciudadano; se asumirá como un sujeto tanto de derechos como un sujeto de deberes y comprenderá la necesidad de establecer vínculos con los demás ciudadanos para sacar un proyecto político adelante para poder convivir. En estos días he aprendido mucho sobre el Poder Judicial porque no había tenido información sobre este poder, ahora entiendo más cuál es su quehacer y su organización. Antes no era visible.
Convivir significa, entre otras cosas, disponer a la ciudadanía a escuchar y valorar la opinión del otro que diverge de la propia. En este contexto es necesario reconocer la importancia de formarse en el arte de argumentar, desarrollar en el ciudadano la capacidad de tener una postura propia, la cual es legítima y defendible, siempre y cuando sea argumentada.
¡Por la Construcción de una Cultura de Paz!
