En innumerables ocasiones, los mexicanos han sido testigos de la laxa aplicación de justicia: Los delincuentes de horca y cuchillo son liberados de manera expedita; aunque estos hayan sido aprehendidos en flagrancia, en posesión de armas, drogas y otros, el indulgente amparo de un juez de distrito cambia su mala suerte de haber sido aprehendidos. Los pretextos para esta indulgencia sobran: Que la carpeta no fue integrada correctamente, que se violaron los derechos del imputado, como si los de las víctimas no existieran. Este lamentable patrón revela una preocupante asimetría en impartición de justicia.

Mientras tanto, las cárceles del país rebosan de personas que aguardan años resoluciones de procesos judiciales. En una de las imágenes más paradigmáticas de esta disfunción, el expresidente de la Corte, Arturo Zaldívar, visitó el penal de Santa Martha Acatitla para escuchar historias de más de 200 reclusas. Mujeres que, según sus propias palabras, estaban encarceladas simplemente por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, o acompañadas por la persona equivocada. Lo más grave que Zaldívar reveló fue que muchas de ellas estaban privadas de su libertad sin el amparo de la justicia federal. Un reflejo dramático de la ineficiencia judicial.

Todos los gobiernos ondean la bandera de la “justicia pronta y expedita”, sin que jamás se materialice. Aquella definición clásica de Ulpiano, “dar a cada quién lo suyo”, parece un sueño imposible en nuestro país. Los ciudadanos escuchan promesas huecas mientras la realidad se perpetúa: Una justicia lejana, tardía e ineficaz, que emana a cuentagotas, desde un inalcanzable palacio de cristal.

El Consejo de la Judicatura Federal, órgano encargado de vigilar a los propios jueces, magistrados y ministros, no ha estado exento de escándalos. El llamado “cajuelazo”, en el 2017, es una prueba palpable: más de cuatro millones de pesos en efectivo fueron encontrados en la cajuela del vehículo oficial del director de Inmuebles de la Judicatura, estacionado en sus instalaciones. Este hallazgo destapó una red de corrupción que alcanzó al entonces presidente de la SCJN, Luis María Aguilar Morales: Había adjudicado contratos directos por 3,118 millones de pesos para construir centros de justicia penal y salas orales.

La élite judicial, lejos de representar el ideal de integridad, se caracteriza por disfrutar de sueldos superiores a los del presidente de la República, prestaciones doradas, aguinaldos de escándalo, bonos y suntuosas prebendas: choferes, viáticos, nutrióloga, casa, seguros en el extranjero, sillones ergonómicos valuados en más de 60 mil pesos, escritorios de madera de estilo Chippendale que superan los 100 mil pesos, entre otros, documenta Milenio. Estos guardianes de la Constitución viven un universo de privilegios, distante de la mayoría de los mexicanos. Ah, y ni qué decir del nepotismo rampante en el Poder Judicial. 

En el año 2024, un enfrentamiento entre dos grandes figuras, la presidenta de la SCJN, Norma Piña, y el expresidente Arturo Zaldívar, abrió la caja de Pandora. La confrontación destapó la profunda corrupción y las luchas de poder entre las élites jurídicas, una imagen patética que recordó a la escultura del artista danés Jens Galschiot: una justicia obesa, mórbida e inútil, cargada a hombros por un pueblo famélico que implora justicia. Una metáfora perfecta del paradigma judicial mexicano.

Frente a este panorama, surge una pregunta ineludible: ¿Por qué el Poder Judicial no se toca, como el resto de los poderes que deben rendir cuentas y enfrentar el escrutinio? Era urgente una reforma que refrescara al Poder Judicial; y lo más importante, que imparta “justicia pronta y expedita”. Probablemente, el método para conocerlos a todos y votar es difícil, debido al número de participantes.

Algunas personas anticipan no ir a votar el 1 de junio. Están en su derecho. Pero independientemente del número de votantes, el resultado será preferible a la imposición del dedazo político presidencial. La Reforma ya causó estado. Esta elección será perfectible en la próxima a celebrar. Hay que encontrar la luz en el camino para que los ciudadanos decidan qué clase de justicia quieren: Una casta, que sería motivo de una pintura de Botero, que juzga desde el Olimpo, o un Poder Judicial que se baje de las nubes a ras de tierra y otorgue a cada quien lo suyo, de manera pronta y expedita. Usted decida.

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