Hace una semana se presentó en la plaza de toros de San Miguel de Allende la Orquesta Sinfónica de Minería de la UNAM con 150 artistas en escena, entre músicos y coro, la obra cumbre de Carl Orff, Carmina Burana. El pasado viernes, esta misma se presentó en el Teatro del Bicentenario en León bajo el espectáculo denominado Del éxtasis sacro al arrebato profano con las interpretaciones de la Banda de Música del Estado de Guanajuato, dirigida por el maestro Adalberto Tovar, el Coro del Teatro del Bicentenario y el Coro del Valle de Señora.
El próximo miércoles, 22 de octubre, se presentará en el Teatro de la Ciudad de Irapuato con el título de Vida, danza y fortuna y bajo la batuta del maestro Guillermo Silva. En esta ocasión dirigirá 190 participantes en su mayoría irapuatenses. Para los curiosos otro dato, la OSUG planea también presentarla en el Teatro Juárez de Guanajuato el 4 y 5 de diciembre de este año.
La pregunta obligada: ¿Qué poderosa fascinación entraña esta obra para que se siga representando y haya coincidido en los programas de las agrupaciones en el estado en fechas tan recientes?
Más allá del reto musical y vocal que representa, con contrastes de grandes masas corales con solistas; extremos dinámicos, cierres y aperturas que exigen ataques muy limpios; además del reto de los lenguajes (latín y medio alto alemán), considero que su carácter profano y desacralizador la hace aún atractiva para el público.
Los textos tradicionales provienen de una compilación de cantos goliardos realizados en el monasterio de Beuern en Baviera durante el primer tercio del siglo XIII, una era asociada en nuestras mentes a la extrema religiosidad y a la beatería. Nada más alejado de su contenido: cantos a la sensualidad, al vino y al amor mundano.
A lo largo de un milenio, los goliardos constituyeron una forma de contracultura. Como discípulos de Goliath, fueron señalados desde los tiempos de san Agustín por entregarse a la mala vida: malhechores, saltimbanquis, rufianes, tahúres, lujuriosos, dados a la crápula. Y además, autores de canciones obscenas y difamatorias.
Carl Orff, fascinado por la irreverencia y pasión de los textos de la reedición de J.A. Schmeller de 1904, los usa como base para la composición de su homónima cantata escénica sinfónico-coral. Una amalgama de antigüedad y modernidad que al alejarse de la dodecafonía y la atonalidad tuvo vía fácil para escapar del censura y cautivar en el momento de su estreno, en 1937, a los auditorios de la Alemania nazi. A partir de entonces se hizo un espacio en el repertorio mundial. Orff continuaría la senda de la composición sobre temas antiguos al completar una trilogía con Catulli Carmina (1943) (sobre textos de Catulo) y Trionfo di Afrodite (1953), aunque estos últimos son muy poco representados en la actualidad.
No está nada mal que la fuerza profana del Carmina Burana resuene tanto y tan bien en un Guanajuato que se niega a despenalizar el aborto, donde se emplea lenguaje religioso en actos oficiales, se financia con dinero público a ONG’s y santuarios católicos, y se realiza la difusión del culto a través de la televisión estatal.
En un gran esfuerzo logístico y artístico, con intérpretes irapuatenses y en colaboración con la orquesta Mahler de Guadalajara, este miércoles, 22 de octubre, Filarmónica Mahler México, Coros y orquesta presentará su nueva versión, acompañada por dos obras previas, la Suite lírica de Edvard Grieg y las Danzas polovotsianas de Alexander Borodin. Para aprovechar esta feliz conjunción de intérpretes, están previstas dos funciones: 5:00 y 7:30pm. La entrada será gratuita.
Me despido con un fragmento del canto XV de la recopilación de los monjes de Beuern:
¡Imitemos a los dioses!
He aquí una sentencia oportuna.
Las redes del amor
acosan a los jóvenes.
¡Cedamos a nuestros deseos!
Esa sí que es cosa de los númenes.
Invadamos las plazas
y los corros de las muchachas.
Veloz huye la edad
pasada en los estudios;
al placer nos invita
la tierna mocedad.
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