Ni él ni yo queríamos despedirnos, se lo expliqué con mi pensamiento silencioso que, sin ningún problema pudo oír a pesar de su oleaje. Le dije que volvería, aunque no sabía cuándo. Le prometí escucharlo atrapado en un caracol cuando me invadiera la nostalgia, y esto, lo fue aquietando, porque dejó de aferrarse a mis plantas y solo me abrazó con el agua perenne que se atrae con la luna, que tampoco puede dejarlo de mirar.
Pero antes de las despedidas, de sumergirme en la melancolía del regreso, nos enfrascamos en una charla de olas calmas, sin sorpresas, al menos de su parte, como si solo fuera un día más, uno, tan solo. Tal vez pensó que no me iría, que escucharía a diario su conversación extraña sin interrogarlo, y podría sentirse comprendido.
Porque el mar, a pesar de los bañistas que bracean en sus aguas sin escuchar sus murmullos, que solo entran y salen con indiferencia, o los barcos gigantescos que lo cruzan, sí, esos edificios ingrávidos que nadie se explica cómo es que están flotando, no se han detenido a escucharlo porque creen que no tiene voz.
Pero sí que la tiene ya que habló conmigo, me dio la bienvenida, corrió veloz sobre la arena para acercarse y ponernos al día, como los amigos que somos, porque a pesar de los años, siempre he cumplido la promesa de llevarlo conmigo donde quiera que voy.
Camino con su recuerdo anclado en mi espíritu, si eso fuera posible, que no lo es, porque es un ente vivo, así que me recorre y me habita por completo, transita por mi pensamiento como la marea y cerrando los ojos, experimento la magia de estar en él.
Las cosas que hablé, no se las dije con mis labios, se las expresé con las palmas de mis manos como si intentara una caricia, o cientos de ellas, tratando de contenerlo inútilmente entre mis brazos, sin lograr aprisionar sus aguas líquidas. Así, que no tuve más opción que almacenarlo en mis sensaciones, sumándolo a las remembranzas más hermosas que me habitan.
Y estoy segura de que sin tanta palabrería escuchó mi corazón, y principalmente, lo comprendió. Pero esto no me parece extraño, sé de los múltiples lenguajes con los que nos comunicamos, y que algunos de ellos, me validan más que las palabras. Así que almacené en mis células el sonido de esa agua inquieta, y en estas tardes las vuelvo a oír, como un mensaje personal que me dictó al oído.
Y tú, quieres que te explique qué fue lo que me dijo el mar, y estás pidiendo un imposible, porque como ya te comenté, su lenguaje no es articulado, no tiene sílabas ni letras, solamente lo escuchas en la piel. Puedo decirte que atesoré su inmensidad, el respirar de sus olas infinitas, la sabiduría de su arena pulverizada a cada golpe. Emergí agradecida escurriendo agua, caminé a pasos quedos como si el vientre que me hubiera albergado me entregara un mundo nuevo. Mas no me dijo un mensaje en lo particular, solo me alejé con la certeza de que lo llevaba conmigo y que resultaban inútiles y completamente obsoletas las despedidas.
