Esta semana me impactó un hecho que observé en las noticias. Se refiere a la situación de la muerte del activista Charlie Kirk, En un evento fúnebre la esposa (ahora viuda) Erika Kirk, declara Entre lágrimas, que perdona al presunto asesino de su esposo. Como respuesta el presidente Trump dice no estar de acuerdo “Ahí es donde discrepé con Charlie. Yo odio a mi oponente”, dijo. “Y no quiero lo mejor para él”.
Hoy vivimos una polarización global que atraviesa lo político, lo social, lo económico y lo cultural. Aunque no es algo nuevo en la historia, en el mundo actual se ha intensificado por la rapidez de la información, las redes sociales y la desigualdad creciente.
Se observa la polarización en la Política internacional: rivalidades entre potencias (EE.UU., China, Rusia) que generan bloques opuestos. Conflictos como Ucrania, Gaza o Taiwán muestran un mundo dividido en alianzas.
En muchos países (México, EE.UU., Brasil, España), la ciudadanía se divide en bandos irreconciliables, con etiquetas que sustituyen al diálogo. Los debates se convierten en confrontaciones personales más que en discusiones de ideas. Se da una gran brecha entre países ricos y pobres, y dentro de cada país entre élites y clases populares. Tensiones por migración, empleo y acceso a recursos.
Debates sobre género, religión, diversidad cultural, deportes o derechos humanos se viven en extremos: aceptación plena vs. rechazo absoluto. En medios y redes sociales los algoritmos refuerzan “burbujas” de opinión: cada grupo solo escucha lo que confirma su visión. Se propaga desinformación y discurso de odio, que alimentan la división. La Inteligencia Artificial no odia porque no tiene emociones, pero sí puede convertirse en un “espejo” del odio humano si se entrena sin cuidado.
Como consecuencias de esta polarización vemos fragmentación social y debilitamiento de la democracia. Dificultad para alcanzar consensos en problemas globales (clima, migración, pandemias). Aumento de conflictos armados y tensiones diplomáticas.
Pero también vemos rasgos de esperanza: movimientos juveniles, sociales y culturales que apuestan por el diálogo. Educación para la paz y la convivencia en muchos países. Redes de cooperación internacional en ciencia, cultura y derechos humanos.
El mundo actual está polarizado. Las diferencias han pasado de ser diversidad para convertirse en barreras. El reto es transformar esa polarización en espacios de encuentro que fortalezcan la paz y la justicia. No sólo abriendo espacios físicos sino de aprendizaje y ejemplificación de convivencia pacífica. Lo contrario a la polarización es la cohesión social y la cultura del diálogo.
Si la polarización genera muros, lo contrario es generar puentes: diálogo, confianza, inclusión y construcción colectiva de paz.
La polarización abre la puerta al odio: Cuando una sociedad se divide en bandos rígidos (“nosotros contra ellos”), se empieza a ver al otro como un enemigo. Esa visión deshumaniza y alimenta sentimientos de desprecio o rechazo.
Una vez que surge el odio, se intensifican los discursos de ataque y se cierran las posibilidades de diálogo. El odio convierte las diferencias en muros insuperables y profundiza la división social.
La polarización ? genera desconfianza y hostilidad ? crece el odio ? el odio refuerza la polarización. Así, se entra en una espiral que puede terminar en violencia, discriminación o guerra.
Se pasa del enfrentamiento a la paz cuando las personas y las instituciones transforman el conflicto en oportunidad de encuentro, garantizando justicia y sembrando confianza. La paz no es ausencia de problemas, sino la capacidad de enfrentarlos sin violencia y con esperanza compartida.
El odio es un veneno emocional y social que destruye la convivencia. Combatirlo con empatía, justicia y educación para la paz es clave para una vida más humana.
El enfrentamiento se convierte en paz cuando transformamos el conflicto en diálogo, el enojo en respeto y la diferencia en oportunidad para crecer juntos.
¡Por la Construcción de una Cultura de Paz!
