En algún lugar del corazón, no sé si a la derecha o izquierda, mentiría si lo afirmara, sin embargo, sé que cualquiera de sus múltiples compartimentos es garantía segura.

Y no es que yo ande buscando cómo llenar mis espacios, porque esos lugares preferenciales se van conquistando. A veces resultará simple subir unos peldaños, para luego retroceder y volver al sitio inicial, otras, se puede perder el paso y derrumbarse con el estruendo de las rocas que bajan rodando para nunca volver, cuando la decepción las considera indignas de tener sitio. 

Me he puesto a pensar, no es un sentimiento individual, creo que es una generalidad, por qué, ¿puede haber un mejor sentido que albergar los afectos en el corazón, existe acaso una alegría más grande que latir duplicándome en otros de forma indefinida?

Pero una vez ahí, dentro de ese panal que me habita, es muy difícil salir, y ya me podrán dar mil razones para expulsarte sin resultado alguno, porque es inútil, es como querer convencerme de arrancar un trozo de mis entrañas.

Y aunque todos debieran nacer con ese privilegio asegurado, que no siempre sucede y no puede darse por descontado, no existe mejor certeza que llegar a ese remanso tranquilo en donde pierde la fuerza el mar embravecido, sí, ahí donde se detiene y frena contrariado al topar con el arrecife protector.

¿Razones? Después de muchos años de pensar y rondar, deduzco que, aunque en su anatomía no se viera ningún fallo, sí lo estaba en su capacidad de albergar y dar afecto, resulta extraño de expresar, difícil de explicar y absolutamente imposible de comprender.

Hay días como hoy en los que me complazco de haber escalado esos peldaños y desde ahí latir. Lo confirmo cuando veo tus ojos que me muestran mi sitio con su brillo, y me alegro profundamente con tu inclusión. Así, resguardada dentro de la guarida que me alberga, pernocto tranquila a buen resguardo. Me abraza el hogar, todo está bien bajo la bóveda celeste. Tú, sabedor, te sonríes complacido.

En algún lugar, arriba o abajo, la ubicación da lo mismo, ahí, en la cima se puede mirar el horizonte, se observa la tierra con toda su increíble gama de colores.

Desde esa altura, parece tocarse el cielo, y asombrado observas la noche iluminada por cientos, por millones de estrellas que te saludan con su luz. Y si prestas más atención y guardas silencio, te darás cuenta de que en su titilar están diciendo tu nombre.

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