“Son unos rateros inmundos”.
“Los deben meter a la cárcel”.
“Y andan ahí dándosela de santos y bien portados”.
Los típicos mensajes de enojo que aparecen en las tristemente cada vez más comunes notas que detallan otro desfalco en una Sofom.
Tienen toda la razón.
Pocas cosas más indignantes que saber que perdiste tu patrimonio. O, peor, que también lo perdieron tus padres o algún familiar a quienes invitaste a que invirtieran en algo “muy seguro”.
Catástrofes provocadas por olvidar una máxima básica de la inversión: a mayor rendimiento, mayor riesgo (relee “Antes de invertir, ¡lee esto!”).
Pero hoy voy a otra cosa.
Hoy voy a hilar fino.
En términos generales, existen dos opciones para explicar por qué truena una Sofom.
La primera es siniestra: un fraude.
Los dueños desvían el dinero de los inversionistas. Ya sea como capital para otras de sus empresas (lo que se conoce como préstamos entre compañías) o bien para darse una vida de lujo.
El resultado es una pirámide Ponzi, donde el dinero de nuevos inversionistas sirve para pagar los intereses de los actuales. Un esquema que siempre se derrumba. El caso más conocido: Bernie Madoff.
Si es fraude, que los culpables se pudran en la cárcel y en el infierno. No tienen perdón de Dios.
Sin embargo, existe una segunda opción: la Sofom invirtió mal.
Te lo explico con un caso típico: una Sofom que le presta a Pymes. Digamos que paga a los inversionistas 18 por ciento, pero que cobra a sus clientes una tasa del 50 por ciento. Con este margen de intermediación, en teoría la Sofom puede construir un buen negocio.
En teoría.
La realidad, sin embargo, es mucho más retadora.
Por un lado, un cliente que acepta pagar una tasa del 50 por ciento es por definición, de alto riesgo. Por definición no es sujeto de crédito en un banco, porque si lo fuera… ¡no pagaría el 50 por ciento!
Conforme el capital que administra la Sofom crece, debe encontrar cada vez más clientes. Dos opciones: o encuentra muchas empresas pequeñas o empieza a colocar créditos unitarios más grandes.
Ambas implican peligros porque, repito: son clientes de alto riesgo.
Por eso también truenan las Sofomes: prestaron mal.
Hace algunas semanas platiqué con los asesores de una institución que, a diferencia de otras, intenta manejar su quebranto de forma abierta. Solicitó Concurso Mercantil para abrir sus cuentas a inversionistas y rápidamente (en meses) llegó a un acuerdo de resarcimiento.
Un acuerdo magro, pobre, triste: 25 centavos por peso invertido.
Pero relativamente rápido. Imagina: el caso FICREA lleva… ¡10 años! Hombre, ya murieron más de 600 de sus inversionistas.
En una conferencia por Zoom, los abogados me preguntaron: “Jorge, ¿cómo ves el proceso y la forma como lo manejamos?”.
Yo les dije: abierto, más transparente. OJO, no minimizo el dolor de los inversionistas y tampoco afirmo que no hubo malos manejos y si lo hubo, como ya dije, que se pudran en la cárcel. Simplemente, el actuar de la Sofom fue muy distinto a otros casos.
Pero también les comenté: “Todo esto es loable, pero no importa. La opinión pública juzga con brocha y no con pincel. Dirán que fue un fraude y que todos son unos ladrones”.
Dicho y hecho. Así fue.
Esa es la realidad que vivimos en la era de las redes sociales.
Ante cualquier error, serás culpable, culpable, culpable…
No importa si actuaste de buena fe y no hubo malicia.
El juicio popular no discrimina: todos son ratas, igual de malos.
Los errores se cobran caro. Y mientras más grandes, mayor la recriminación y las consecuencias.
¿Qué hacer?
1. Obvio, evitar el error. Al emprender lo que sea, anticipa escenarios negativos y prepárate a fondo. Desarrolla las mejores prácticas operativas. Mucho cuidado con el crecimiento acelerado, que por lo general expone a la organización a errores catastróficos.
2. Enfrentarlo con claridad y transparencia. Si no lo haces, ya habla mal de tu persona/organización. Si no lo haces, ¿qué escondes? Y si no tienes algo que esconder, ábrete, admite, sé claro.
3. Si actuaste bien, ten cuidado con lo que escuchas y lees. Las redes sociales son un espejo que distorsiona para bien… y para mal.
4. Haz una introspección. ¿Qué hiciste mal? ¿Qué debes mejorar? Vacúnate contra el error futuro. Aprende del fracaso.
Ojalá que nunca requieras estos consejos.
Pero ahí están por sí las dudas.
En pocas palabras…
“Los errores son portales para el descubrimiento”.
James Joyce, escritor irlandés.
@jorgemelendez
