Desde la lectura de Nexus de Yuval Harari (Guía 576, Tachas 607), tenía pendiente la lectura de este libro citado en forma extensa por su relación directa con el desarrollo de la inteligencia artificial y los enormes dilemas que plantea para la humanidad. Mustafá Suleyman, de orígenes modestos, hijo de una taxista sirio y una enfermera inglesa, desde su juventud dio muestra de sus capacidades y sensibilidad social, educado en unos colegios de Oxford se vinculó con causas sociales y políticas en su natal Londres.
En 2010, a los 25 años, junto a Demis Hassabis (premio Nóbel de química 2024) y Shane Legg, fundó DeepMind, empresa que tomó pronto el liderazgo en la carrera a través de algoritmos que aprendían de manera automática.
Una de las muestras más impactantes de sus logros fue AlphaGo un algoritmo que en 2016 derrotó a Lee Sedol, uno de los jugadores más importantes del juego de estrategia más antiguo y complejo existente, el go. Su dificultad supera de manera exponencial al ajedrez.
El movimiento treinta y siete, de la segunda partida se volvería en el epítome de las capacidades que la inteligencia artificial. “No tenía sentido. Parecía que el algoritmo había metido la pata al seguir a ciegas una estrategia, a todas luces inútil, que ningún jugador profesional utilizaría jamás. Los comentaristas de la partida en directo, ambos profesionales del más alto nivel, comentaron que se trataba de una estrategia muy extraña y que habían pensado que era un error. Era tan inusual que Sedol tardó quince minutos en responder e incluso se levantó de la mesa para salir a dar un paseo.”
Al ser interrogado el algoritmo sobre el porqué de dicha jugada, AlphaGo no supo explicarla, simplemente “era necesaria”. Un año después, AlphaGo fue superado por una nueva versión AlphaZero, que aprendía sin revisar partidas de otros jugadores, sólo jugando contra sí mismo, sin acceso a libros de apertura o base de datos de tablas de finales. En 24 horas logró un nivel de juego sobrehumano en ajedrez, shogi y go. Para entonces DeepMind había sido adquirida por Google y actualmente forma parte del grupo Alphabet.
Pero la ola de la que habla Suleyman en su libro no responde solamente a los avances en IA, es de un calado tan amplio, “omnicanal” lo llama en su libro, que abarca también los desarrollos computacionales cuánticos y una revolución biológica a manos de las tecnologías de diseño genético. La ola está aquí, es imparable e inevitable.
Impredecible por naturaleza, de crecimiento cada vez más acelerado y diverso, la investigación científica y tecnológica es prácticamente imposible de gobernar o ser controlada: “El mundo actual está optimizado para la curiosidad, el intercambio y la investigación a un ritmo nunca visto. La investigación moderna es contraria a la contención, a lo que también contribuyen la necesidad y el deseo de obtener beneficios.”
Suleyman plantea algunas alternativas éticas para que esta ola pueda aprovecharse en el mejor beneficio de la raza humana y se aleje de escenarios muy posibles de enfrentamiento entre potencias que en el peor de los escenarios podrían acabar con la vida en el planeta.
Un libro necesario para pensar en un futuro que, según comentan algunos analistas, nadie puede prever con absoluta claridad en los próximos veinte años.
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