La traducción al español del nombre de esta columna es: “pintor de calzones”. Nos referimos al escándalo provocado por un artista agitador, de nombre Miguel Ángel Bounarroti, al estampar en el altar mayor de la capilla Sixtina, un enorme fresco, plagado de desnudos, bautizado como el Juicio Final. Es una de las creaciones supremas del arte universal.
La obra se pintó entre 1536 y 1541. Fue encargada por el Papa Clemente VII y finalizada durante el pontificado de Paulo III. El tema es solemne y teológico; trata sobre la segunda venida de Jesucristo. En ese momento resultaba muy oportuno plasmar lo que sucedería a aquellos malos cristianos que optaran por respaldar al protestantismo. En el juicio final serían enviados directo a los infiernos, mientras que los cristianos fieles a Roma se salvarían. De tal forma que la maravillosa pintura del célebre artista del Renacimiento, debía teñir el altar vaticano, para enviar un potente mensaje a los católicos.
Y resulta que Miguel Ángel, sorpresivamente inspirado en el arte grecolatino, plagó de figuras desnudas el enorme muro, provocando la furia de muchos prelados. La queja fue la desnudez de santos, ángeles y pecadores. De inmediato fue juzgada como ofensiva, indecente e inapropiada. Los cardenales Gian Pietro Carafa y Bagio da Cesena estaban fúricos, y encabezaron la censura contra el famoso pintor toscano, que respondió dibujando a Cesena en el mural, ubicándolo en el inframundo, con orejas de burro y una serpiente engulléndole los genitales.
Cuentan que Miguel Ángel coqueteó con la idea de destruir todo el mural ante los ataques de los clérigos. Ya muerto el artista, se expidieron, desde el Concilio de Trento decretos sobre la regulación del arte religioso, para preservar el decoro y la devoción. La censura cayó sobre el Juicio Final. El Papa Paulo IV contrató al artista Daniele da Volaterra para que pintara “paños de pudor” sobre las desnudas imágenes de Miguel Ángel. Volaterra fue conocido desde entonces como “il braghettone”.
He tenido la oportunidad de estar frente al Juicio Final casi a solas en la Sixtina. El mural es sorprendente y conmovedor por su fuerza y movimiento que ya advierte los primeros esbozos del barroco. Con el tiempo se corrigieron las principales modificaciones, eliminando algunas bragas y retornando a la “indecencia” de la desnudez.
La historia de esta grandiosa pintura, plagada de reclamos y a punto de ser borrada por “indecente y provocadora” se me refresca con motivo del reciente escándalo surgido en la Universidad de Guanajuato, cuando una exposición realizada en una de sus galerías fue clausurada por órdenes de la rectora de la Universidad. No resistió el reclamo del obispo de León, quien se quejó por las perturbadoras esculturas de Jesucristo crucificado, presentadas en la exposición “Iconoclasia”, surgida de un trabajo académico del alumno Edder Martínez del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Guanajuato.
Cabe hacer un alto en el relato para aclarar que la muestra no es una ocurrencia de un joven provocador, como se ha intentado de presentar ante los guanajuatenses. El trabajo consistió en un análisis teológico, la revisión de la iconología de Erwin Panofski, el gran historiador alemán de las ideas artísticas y teórico de la crítica del arte. Había que entender de simbología y semiología para interpretar la figura de la crucifixión y el significado del sacrificio. ”Cada obra tiene un sustento, cada gesto es fruto de investigación” afirma Edder. La maestra Gabriela López Portillo lo inspiró en su camino, su asesora principal fue la profesora Doris Zendejas, quién supervisó la investigación teológica, los versículos bíblicos y el rigor y contexto del trabajo que se presentó. El escultor Juan José Torres Cortés fue el asesor técnico. La culminación de este proceso desbocó en la propia exposición: “Iconoclasia”, una doctrina religiosa contraria al culto a las imágenes del siglo VIII.
En la universidad pública debe privar el respeto irrestricto a la libertad de cátedra. Cualquier idea se debe y puede debatir o manifestar en sus claustros. La rectora de la UG realizó un abuso de poder al censurar una expresión académica, preparada por catedráticos y alumno universitarios. Mancilló la libertad de expresión y violó la libertad de cátedra. Pero sobre todo, puso en ridículo a la Universidad.
En el siglo XVI Miguel Ángel resistió los ánimos de censura de poderosos cardenales de cortas miras. Hoy, tumultos de visitantes acuden al Vaticano no a rezar, sino a admirar su arte. Los censuradores se perdieron en la historia, y solo sirven como contrapunto para mofarse de la prohibición pueblerina que se lleva a cabo en Guanajuato, desde la rectoría universitaria, en respaldo de los contemporáneos adoradores de imágenes. Pero el experimento funcionó.
