La vida la recordamos en relámpagos de memoria almacenados durante décadas. Algunas de estas estampas regresan con frecuencia a nuestra pantalla mental. Unas de esas imágenes nos vienen de las clases de Luis Rionda en la escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. La filosofía tiene la primera virtud de hacernos pensar y buscar “la verdad”. Todo parte de nuestra intuición, decía en los primeros cursos don Luis, el maestro de la claridad.

José Ortega y Gasset, el más grande pensador español, describe la filosofía como “el estudio de mi vida” —la radical y fundacional realidad de lo que consiste el ser de la persona y sus circunstancias— en una relación dinámica e interdependiente. Lo llamó “raciovitalismo” o “razón vital”. Sin vida no hay filosofía.

Hay miles de interpretaciones de la vida, su origen y destino. Sin duda, la mayoría proviene de ideas mágicas, religiosas o de la razón vital, como era el pensamiento de Ortega. Hace medio siglo escuchábamos al maestro Rionda decirlo en su cátedra sobre Filosofía de la Religión.

El maestro, un hombre tranquilo, metódico. Con simpatía, tenía la virtud de hacernos pensar. Era un guía explorador de ideas y realidades que nos llevaba por un sendero determinado y bien planeado para no perdernos. A sabiendas de que divagar era la cosa más sencilla frente a la religión, el maestro no nos dejaba salir de ese sendero, no porque fuera equivocado, sino por método didáctico. Comenzaba su cátedra con los presocráticos, luego Sócrates, Platón, Aristóteles y Plotino; Maimónides en la cultura judía. Las estaciones de vista pasaban por San Agustín y Santo Tomás, por ejemplo. Así seguía narrando hasta el siglo XIX y el XX con Miguel de Unamuno, entre otros. Habíamos pasado por la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración, en un tren luminoso de paisaje cambiante, donde el Dios de los filósofos —que no la teología— era el centro de las reflexiones.

AM presenta una obra póstuma del maestro Rionda: Dios problema y enigma del hombre. Una colección de 11 ensayos sobre la concepción divina a través del tiempo y diferentes culturas.

La vida y el pensamiento son tornasoles: cambian de color a medida que avanzamos en edad. Pero hay colores definidos en la profundidad íntima, que evolucionan sin cambiar, a pesar de que parezca paradójico; esas son las imágenes en la memoria. Esa estampa inolvidable del maestro Luis Rionda fue un privilegio, que en los últimos años de su vida pudimos revivir en reuniones con él y la maestra Elisa Jaime Rangel, alumna distinguida y estudiante muy apreciada por él.

Seguro que por pura serendipia, Elisa Jaime pudo recuperar esos ensayos, corregirlos y editarlos con la ayuda del maestro para su publicación. Desafortunadamente, el maestro falleció en diciembre pasado. La promesa de convertir esos ensayos en un libro no quedó en el aire.

Acogidos por nuestra “alma mater”, la Universidad de Guanajuato, presentamos una edición que pronto estará a disposición del público.

Una de las grandes cualidades del maestro Rionda fue nunca mostrar preferencia por ideología o religión alguna, al menos en sus cátedras y en sus ensayos. Él explicaba las concepciones de la vida y la filosofía; nunca las juzgaba. Su claridad orteguiana fue transmitida a Elisa Jaime, quien terminó la carrera con una tesis sobre el mismo Ortega y Gasset.

Detenido en el tiempo quedó un trabajo pendiente sobre la evolución del pensamiento religioso, que algún día pondré por escrito. Dicen que todos quienes escribimos algo siempre tenemos un libro inédito en la pluma, una idea de crear un buen texto, aunque vivimos con el pavor de que sea solo un engendro. La procrastinación es un mal terrible. Lo veremos después.

Decimos gracias al maestro, aunque no nos escuche; a su familia toca transmitirles esa eterna gratitud. Él nos enseñó a buscar la verdad, a ser personas que busquen comprender más que creer, como dijera Ortega.

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