Las cacerías de brujas en Europa durante los siglos XV a XVII han sido fuente de inspiración para la creación de obras literarias, Jules Michelet, Arthur Miller y Aldous Huxley abordaron el fenómeno desde diferentes perspectivas y formas. Ya fueran las persecuciones en Salem, Aix en Provence o Loudon, sus trabajos amalgamaron el fanatismo, la represión, la misoginia y la crueldad como testimonio y advertencia a futuras generaciones sobre las oscuras posibilidades del alma humana.
Eduardo Sangarcía con su Anna Thalberg (Random House, 2021), Premio Mauricio Achar de Literatura 2020, transita una senda similar al presentar a su protagonista como una de las víctimas de la persecución de Wurzburgo, en Alemania, durante la guerra de los treinta años.
Producto de la contrarreforma y en defensa de la religión, el arzobispado de dicha ciudad ha encargado al examinador Melchior Vogel la salud espiritual de su grey. Anna Thalberg, joven y bella campesina llegada de otra provincia como esposa del campesino Klaus, es la víctima perfecta de las habladurías de sus vecinos. Anna, apresada y procesada tras denuncias anónimas, se convierte en víctima de la fanática maquinaria católica. Sangarcía, de lenguaje culto y muy pulido, dibuja una oscura acuarela donde el destino de Anna y su esposo sacude al lector por su crueldad e inexorabilidad. Y allí, quizás, radique para algunos lectores, como en mi caso, el punto débil de su novela. Todo está previsto y anunciado desde un principio, la crueldad de los tormentos, la inflexibilidad y solidez a prueba de cualquier grieta de los verdugos. No hay matices, Anna está condenada desde el momento mismo de su denuncia. La calidad de la prosa debiera sustraernos del ineludible holocausto. La exploración de formas poéticas, incluso en la diagramación de su texto, justificaría entrar en una historia que se regodea con la maldad humana y que elimina toda posibilidad de sorpresa para el lector. Ya a mitad del texto nos adelanta: “no previó que el examinador de la causa contra Anna sería el feroz Vogel y que al día siguiente aquél no le dará oportunidad de hablar siquiera antes de echarlo de su covacha entre insultos y ninguneos, dejando al joven matrimonio sin más opción que rezar, a la espera de un milagro que no llegará porque Anna arderá en la hoguera tres semanas más tarde Anna será sacada de la celda a la pira tal y como lo advirtiera el examinador Anna arderá entre recias sacudidas frente a Gerda…”
Con tanto anticipo, imagino que muchos lectores, ya saciados de las torturas sufridas por la protagonista, vívidamente descritas, más las que le faltan por sufrir prefieren, aún a costa de perderse la buena prosa de Sangarcía, cerrar el libro. Yo lo hice.
No sé, quizás algunos hallaron deleite en las imágenes de La condesa sangrienta de Pizarnik sean seducidos por el triste destino de Anna. Exploración de la crueldad humana, lo justifican. Ni modo, hay gustos.
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