La corrupción del PAN en Guanajuato comenzó en serio durante el sexenio de Juan Manuel Oliva. Ni Carlos Medina, Vicente Fox ni Juan Carlos Romero Hicks tuvieron en mente meterle la mano al presupuesto para beneficio propio. Al menos, nunca tuvimos noticias de negocios clandestinos.

Oliva inventó una empresa fantasma llamada “Pastas Finas” para comprar los terrenos de la fallida refinería de Salamanca, esa con la que nos engañó el entonces presidente Felipe Calderón. Ahí, con dinero en mano y a través de la Secretaría de Desarrollo Económico, se dispersaron el equivalente a 150 millones de dólares para comprar 970 hectáreas. La compra fue totalmente discrecional y a través de personeros que no tenían relación directa con el gobierno. Coyotes, pues.

De ahí siguieron otros muchos “negocios” con precios inflados. Se compró un “derecho de vía” para el también fallido tren interurbano. Nunca se completó la compra, y los terrenos adquiridos para el patrimonio estatal están invadidos o abandonados. El chiste costó unos 75 millones de dólares de aquel entonces, cuando el tipo de cambio rondaba los 13 pesos por dólar.

Siguió la construcción —infladísima— de la Expo Bicentenario. El elefante blanco más grande que se haya edificado. A pesar de las recomendaciones públicas de no tirar el dinero en eso, el PAN obedeció consignas externas del Yunque para ejecutar una obra que, a través de los años, causó un grave daño al erario, hasta que finalmente encontraron un fin a ese espacio para descentralizar la administración pública del Estado.

Oliva se inventó la compra de 20 hectáreas en la parte norte de la presa de El Palote. El Municipio pagó la mitad de los 15 millones de dólares que costó. El Estado pagó la otra mitad. Para Oliva significó un buen negocio personal, porque pudo hacerse de dos casas en el fraccionamiento Punta del Este. En AM publicamos esa historia porque el salario de seis años del entonces gobernador no cubría siquiera el costo de aproximadamente 10 millones de pesos de sus flamantes residencias.

El PRI, que entonces encabezaba Jorge Videgaray, denunció la corrupción de Oliva, pero resultó inútil porque la Procuraduría Federal de Justicia de la Nación archivó el expediente. Impunes los enjuagues del olivato, en el estado comenzó un deterioro institucional que llegó al extremo durante el sexenio de Diego Sinhue Rodríguez. Nos tendríamos que remontar a los sexenios de Luis H. Ducoing y de Enrique Velasco Ibarra para encontrar el grado de descomposición y corruptelas que vivimos durante el final del sexenio de Diego.

Siempre pensamos que en el PAN habría voces dignas que se opusieran a las administraciones fraudulentas de sus gobernantes. Todos callaron. Incluso hoy, cuando surgen pequeños y enormes fraudes, no escuchamos voces de desencanto. Quien osa criticar a su partido —parte fundamental en la democracia— es expulsado. A quien pide elecciones primarias, como en cualquier partido democrático, le imponen la “ley del dedo” que dice: fuera. El problema es una división creciente, donde una burocracia incompetente se apoderó de los puestos de liderazgo.

Al PAN lo necesita Guanajuato para que haya contrapesos nacionales ante la reencarnación del PRI en Morena. Al PAN lo necesitan las nuevas generaciones como andamiaje para una renovación social.

Nada más y nada menos que para un regreso a la República y a la riqueza de nuestra pluralidad perdida. Para lograrlo, necesita mujeres y hombres líderes con agallas, patriotas y honestos.

 

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