En México, el miedo es parte de la vida cotidiana, pero adopta múltiples rostros: el temor a perder el empleo, a la violencia, al dolor o al fracaso. Y aunque los mexicanos se cuentan entre quienes más horas trabajan en el mundo, el país no logra despegar. De poco ha servido ser vecinos de un país rico, tener litorales, petróleo y mano de obra calificada.

Trabajamos más que nadie. Según la OCDE, los mexicanos laboran 2,124 horas al año en promedio, un 50% más que los japoneses, 30% más que los estadounidenses y 62% por encima de los alemanes. Pero trabajar más no ha producido vivir mejor. La “Productividad Total de los Factores, PTF”, no depende solo del trabajador al frente de una máquina obsoleta, mal capacitado y con bajos salarios…

Durante décadas, el salario real en México perdió poder adquisitivo. Como referencia, el salario al 2021 apenas igualaba al de 1941 a valor presente. Durante años, los gobiernos y patrones se negaron a subir los salarios, dizque para evitar la inflación, trasladándole así el costo al obrero y no al patrón. Algunas empresas se enriquecieron usufructuando mano de obra barata, en un esquema que marginaba a los trabajadores del valor que generaban. Recordemos que cuando Grupo Industrial Saltillo intentó establecerse en León, algunos camerales se oponían, con el argumento de que se elevaría el costo de mano de obra.

La revista Forbes lo resume sin rodeos: el crecimiento económico ha sido un problema endémico no resuelto por generaciones. México permanece en la trampa de la pobreza relativa. Un trabajador mexicano, que gana en promedio 8,500 pesos al mes, debería percibir casi 29 mil pesos para equipararse a sus pares estadounidenses. Por eso las armadoras y otras empresas vienen a instalarse en nuestro país.

En los últimos tres meses, el Indicador Global de la Actividad Económica registra una desaceleración preocupante. Pero esto no es nada nuevo: durante las últimas cuatro décadas, México experimenta un crecimiento económico mediocre. Para muestra, los últimos siete sexenios lo confirman: con De la Madrid, 0.34% de crecimiento anual; Salinas, 3.96%; Zedillo, 3.50%; Fox, 2.15%; Calderón, 1.93%; Peña Nieto, 2.5%; AMLO, con la pandemia, solamente un 0.8% y, hoy nuevamente, Hacienda ajusta a la baja sus expectativas.

Por desgracia, el exiguo crecimiento ya es endémico. Aun en tiempos de jauja petrolera, el país no cambió, la miseria no disminuyó ni se construyó, con los excedentes petroleros, infraestructura que garantizara la competitividad y sustentabilidad de México. Ahora PEMEX está agonizante. Es lamentable no haber creado esa sustentabilidad.

¿Entonces, qué le falta a México? Sin duda, mayor productividad y productos con mayor valor agregado. No es lo mismo producir piñatas, que chips con mayor valor agregado. Los bajos salarios y poca capacidad adquisitiva son reflejo de una economía que genera poco valor. Pero es importante señalar que la productividad no depende solo del trabajador, sino de la “Productividad de Todos los Factores”. Los economistas apuntan a que se lograría mayor crecimiento si hubiese una mayor acumulación de bienes de capital.

También, la baja calidad del sistema educativo perpetúa la baja productividad. No se generan empleos de alto valor, ni se invierte lo suficiente en investigación y desarrollo. El sector privado destina poco capital a innovación y la inversión pública gasta mal: todo lo consume el gasto corriente. Aunque, por cada peso de inversión en México, el 80% es privada y el 20% pública.

De acuerdo con algunas religiones, el hecho de que haya pobres y ricos es parte de un plan divino que nadie debe cuestionar. Entonces, ¿podrá avanzar económicamente un pueblo lleno de culpas, desde el nacimiento, pecados de pensamiento, palabra, obras y omisión; o sea, siempre culpable; además, la religión difundió la creencia de que “hay que poner la otra mejilla” y que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve” A la mayoría de los creyentes norteamericanos les inculcaron otra visión de éxito: creer que si sus negocios prosperan es una señal de que Dios los quiere y se salvarán.

“Mientras unos se mueren de hambre, otros se mueren de miedo de que se los coman los que tienen hambre.” —Lula da Silva

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