El fin de semana pasado hubo una reunión de ciudades patrimonio de la Humanidad en Zacatecas. Están Guanajuato y San Miguel de Allende, Oaxaca, Tlacotalpan y Puebla, entre otras que la UNESCO definió como joyas arquitectónicas. Los expositores llevaron cosas típicas de cada lugar: comida, vestido y artesanías.
Llamó la atención una momia exhibida por Guanajuato capital. Al principio pensamos que era una momia real, pero luego nos dimos cuenta de que era solo una representación. Qué vergüenza. Nuestra capital exhibe como valor una momia balín. La necrofilia o alguna desviación psicológica de las masas ha logrado que Guanajuato tenga turismo de muy baja calidad. El municipio y sus gobernantes saben que es un buen ingreso para la ciudad desde hace años. Tal vez ayudó la cinematografía nacional con “El Santo contra las momias de Guanajuato” y otras narraciones extraordinarias sobre los cuerpos de muertos conservados por la química de los suelos.
Zacatecas, ¡oh sorpresa! Es una ciudad meticulosamente conservada. Su arquitectura colonial fue engrandecida por una iluminación maravillosa que la convierte en un lugar único. Sus calles están limpias, sin graffiti, sin puestos de ambulantes, sin la violencia urbana de la mugre que hay en Guanajuato, nuestra capital. Es una ciudad limpia, con museos extraordinarios como el de Pedro Coronel, el de Manuel Flegueres y el de Rafael Coronel, todos instalados en monasterios e inmuebles coloniales de extraordinario valor arquitectónico e histórico.
Cuando vemos la ciudad iluminada por la noche nos da nostalgia de lo que tenemos aquí sin aprovechar, perdido entre la mugre, las fritangas y la basura. Guanajuato es una ciudad irrepetible que ha sido invadida por la burocracia y el turismo de momias. La ciudad es una momia comparada con la luz de Zacatecas. El resultado es una ocupación muy baja en los hoteles y con precios ridículos comparados con San Miguel Allende. Muchos hoteles pierden ingresos y cierran. Los museos están olvidados y el turismo lo pelea la familia de la presidenta municipal con el propio Ayuntamiento.
Quienquiera que vaya a Zacatecas puede notar la distancia. El secreto: un grupo de ciudadanos responsables vigila y cuida su ciudad con manos de hierro. Nadie puede brincarse las trancas. El resultado es un turismo vibrante, con decenas de restaurantes, hoteles y bares que animan la vida de la ciudad.
El sábado fue un festejo familiar por una boda y el comentario de todos los leoneses que fueron al evento fue la buena impresión de Zacatecas. La pregunta era: ¿desde cuándo no venías? Lo más interesante es que los invitados quedaron dispuestos a regresar, a gozar con más calma una ciudad llena de arte, cultura y sorpresas. La mala fama que tuvo el estado a principios del sexenio pasado ha dejado paso a una sensación de tranquilidad y paz. Tal vez en Fresnillo o en otras ciudades permanezca la zozobra por la violencia, pero la joya colonial es tranquila de día y de noche.
En Guanajuato, desde que gobernaba Arnulfo Vázquez Nieto, todo ha ido en bajada. La ciudad está sucia, los puestos ambulantes predominan y hay un gran descuido general. Tan solo entrar desde San Miguel de Allende, desconocemos lo que en años más felices fue la entrada de “Los pastitos”. Quienes solo promueven las momias ignoran el profundo valor de la ciudad, en su historia y belleza colonial.
