En los pasillos del poder, pocas cosas ocurren por casualidad. En un sistema presidencialista la disciplina política se ejerce tanto en público como en privado, la exhibición de los excesos y protagonismos de ciertos personajes rara vez obedece al azar o a la mala fortuna de una cámara indiscreta; usualmente, es fruto del cálculo preciso de un plan maestro: la denuncia pública como instrumento de control.

Ahí está el caso de Adán Augusto López, exsecretario de Gobernación, hombre fuerte del lopezobradorismo y líder de la bancada morenista en el Senado. De pronto, recibió un torpedo directo a la línea de flotación que lo dejó al borde del naufragio político. El autor de ese tiro de precisión fue el general Miguel Ángel López Martínez, comandante de la 30ª Zona Militar en Tabasco, quien personalmente acusó de conductas delictivas al exsecretario de Seguridad   de Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, cuando Adán Augusto era gobernador. El exsecretario de seguridad fue acusado de encabezar el grupo criminal “La Barredora”. El General señaló, con precisión de Inteligencia militar, que Bermúdez había huido a Panamá, luego a España y, finalmente, había checado aduana en Brasil.

Como para despejar cualquier duda, el gobernador morenista Javier May Rodríguez avaló sus declaraciones. Sería ingenuo pensar que ambos actuaron por motu propio para dañar a un cercano del Presidente saliente. La lógica política apunta a que el torpedo salió de Palacio Nacional. La presidenta Claudia Sheinbaum empieza a mostrar su arsenal y ejercer el poder; nótese que no sólo descarriló a Adán Augusto de la sucesoria, sino que alineó a Ricardo Monreal y envió un mensaje inequívoco a los círculos duros.

La estrategia consta de hacer públicas las vergüenzas ocultas de los indisciplinados.  Las filtraciones de fotografías o videos de figuras prominentes de Morena en hoteles de lujo, portando relojes de colección o paseando por el extranjero, siguen un guion similar. Para la opinión pública, parecen deslices individuales; para el observador político, llevan el sello de operaciones cuidadosamente dirigidas desde el corazón del poder. Son “torpedos” mediáticos destinados a neutralizar a quienes se apartan de la línea presidencial o adquieren un protagonismo incómodo.

No olvidemos que el hombre de las confianzas de la Presidenta es Omar García Harfuch, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, que controla el CNI, Centro Nacional de Inteligencia, antes conocido como CISEN. El CNI es el encargado de la inteligencia del Estado mexicano y reporta directamente a García Harfuch, que a la vez informa a diario y en directo a la Presidenta de México.

El método es eficaz, lo sugiere “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu. No se recurre a destituciones fulminantes ni a procesos judiciales, sino a la exposición selectiva de aquello que erosiona la imagen de austeridad que el régimen pregona. Así las cosas, resulta contundente el mensaje a los protagonistas, para advertir que nadie está fuera del alcance de la mirada presidencial.

La advertencia tiene un efecto estratégico: no rompe de forma abierta la unidad interna, pero reduce el margen de maniobra de aspirantes, desleales y protagónicos. El exhibido queda debilitado, su credibilidad interna se desvanece, y la figura presidencial se fortalece como árbitro y garante de la “pureza” del movimiento.

Sheinbaum, sin embargo, se encuentra ante una paradoja: si actúa contra los señalados, corre el riesgo de fracturar alianzas heredadas de su antecesor; si los protege, proyecta tolerancia ante conductas que contradicen su discurso. Las filtraciones sirven para controlar, pero también exhiben las fisuras del proyecto político y muestran desunión.

No es casual que, con mano firme, pero sin estridencias, la presidenta también se deshizo de la incómoda figura de Pablo Gómez en la UIF, probablemente molesta por no haber sido informada a tiempo de las observaciones del Tesoro estadounidense sobre tres pequeñas instituciones bancarias mexicanas.

En el tablero político, el ventaneo de la denuncia pública no es un accidente: es un arma. Su eficacia depende de cuándo se utiliza… y con que precisión se dispara. En esto radica tanto su poder como su riesgo: un torpedo mal dirigido puede provocar una fractura que ni la más férrea disciplina partidista podría contener. A propósito: la Gobernadora, ¿cuándo empezará a mostrar su arsenal balístico, a buen recaudo en Palacio de Gobierno?

AVG

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