La narcoviolencia imperante marca una generación inevitablemente asediada. ¿Cómo garantizar la vida de los jóvenes?

El 2024 cerró con 169 homicidios más que el año anterior. Según el Inegi, se registraron 92 asesinatos diarios para cerrar con 33 mil 421 casos. En 2018, 2019 y 2020 México registró 100 asesinatos diarios. La ligera disminución entre el 2018 y 2024 no se equipara, de todas formas, al peor registro del gobierno de Enrique Peña que en 2017 tuvo 32 mil 79 asesinatos.

La violencia asienta desde hace siete años esta recurrencia de asesinatos. Tres o cuatro cada hora.

Una dramática realidad que angustia, mutila, a la joven generación. La principal causa de defunción entre la población mexicana de 15 a 34 años de edad es el homicidio. Una de cada tres muertes juveniles son asesinatos, la mayoría con arma de fuego. Vaya: el 48 por ciento de las víctimas de homicidios en México están en ese segmento de edad. Derivado, fundamentalmente, de la narcoviolencia imperante.

Es la marca de una generación inevitablemente asediada por el mal crónico del país que no lo abate la cacareada mejora de ingreso o la machacante propaganda política de la superioridad moral. La narcoviolencia ocurre en comunidades controladas por el crimen en sus aparatos de gobiernos, en sus instituciones, en sus rutinas, en el comercio, en la actividad social. Las escuelas igualmente suelen ser puntos de contacto delincuenciales, insalvables, atenazadas.

Es notable la intensificación de acciones punitivas y de fuerza del gobierno federal para combatir a criminales. En distintos operativos donde han sido desmantelados campos de entrenamiento de células criminales quedan los rastros de jóvenes cautivos. Los niveles de involucramiento de muchachas y muchachos en acciones delictivas cada vez son mayores.

Pero tras los operativos federales no existe una tarea de reparación, de reconstitución y reinserción. La poda deja la raíz intacta y las acciones institucionales no son suficientes para recuperar segmentos de jóvenes vulnerables, acicateados, sometidos.
No solo es la narcoviolencia la que cerca. Es una de las más graves afectaciones para una generación vulnerada.

Entre las muchachas y muchachos de 15 a 24 años de edad, según los datos del Inegi, las tres principales causas de muerte son: homicidios, accidentes y suicidios. Configuran el 75 por ciento. En la población de 25 a 34 años, 62 por ciento muere por asesinato, accidente, la mayoría viales, o suicidio.

La postpandemia, parece confirmarse, consolida una condición de enorme fragilidad y vulnerabilidad de los jóvenes. Las rupturas familiares, la disgregación de comunidades, la  deserción escolar y la disfuncionalidad del sistema educativo –que también es presa de las redes de criminales– ponen a la deriva a la juventud. Su precaria inserción laboral con condiciones indignas de trabajo combinado con la ausencia de expectativas o la derrota cultural frente a los ganchos de aspiración de riqueza fácil, de las tendencias de moda y conducta, de alineamientos y alienaciones.

Los territorios arrebatados por el crimen no son únicamente las zonas de vivienda sino el conjunto de lugares que habitan las muchachas y muchachos. Las escuelas, los barrios, desde luego que los intercambios virtuales en las redes sociales, la música, la cultura masiva. No hay zona que no esté tocada por esa cultura de la muerte, de la aniquilación, del exterminio del otro. De la corrupción, del soborno, de la transa.  Zonas abandonadas por el Estado y sus instituciones, en la franca declinación de responsabilidades y guías.

Es loable la estrategia coordinada de las áreas de seguridad. ¿Y después? ¿Cuál es la perspectiva de Estado para la juventud? ¿Dejar en Ministerios Públicos, Fiscalías, policías, militares y madres buscadoras la tarea del encuentro, de la recuperación de restos?

¿No es tarea primordial de funcionarios educativos, de rectores, de artistas y creadores ese rescate previo a la muerte?
Una estrategia coordinada de rescate de los jóvenes, con fuerzas de paz, educación, cultura e inteligencia, daría invaluables resultados. Muy simples: garantizar la vida de los jóvenes.

 

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