Mis momentos tienen diversas voces y formas, de algunos siento un orgullo enorme que porto a manera de fortaleza, que llevo invisible intrínsecamente adherido. Me sostienen a manera de soporte, porque no hay nada más resistente que su valía y su aseveración constante.
Sin embargo, no soy solo momentos buenos, esos, los que no hubiera querido, se enraizaron y crecieron dentro de mí, tomando mi figura, compartiendo mis pensamientos, traspasando mi corazón. Me invadieron como lo hacen las raíces ocultas de las plantas, dejando mi humanidad a buen resguardo, mas yo, los sentía crecer sin solicitar autorizaciones.
Así pues, se adaptaron a la forma de mi cuerpo, se estiraban elásticos en mi caminar y flexionaban doblándose en mis articulaciones, me veían inquietos a los ojos en el espejo, y de la misma manera se calzaban los zapatos en la orilla de la cama dispuestos a caminar conmigo y emprender la jornada.
Como comprenderás, mi casa estaba habitada, a veces entraba (entra) el sol radiante iluminando, sin dejar un solo resquicio sin luz, dejándome la seguridad de ser bendecida con un nuevo día. En esas mañanas, abría puertas y ventanas para que su calor se absorbiera en mis paredes y pintara de sol mi vida transcurrida. Al caer la tarde, las cerraba nuevamente, dándome la sensación de tener al sol atrapado dentro de mis muros.
Después, irrumpía la tarde con sus tonos ocres incendiando el cielo, y finalmente se anunciaba la noche, los ruidos comenzaban a silenciarse, bajaban los tonos y me saludaba la luna. A veces era habitada por la inquietud o el desasosiego, con la duda y las interrogantes que nunca comprendí.
En la penumbra, se sentaba en los sillones la culpa y me cuestionaba como a un reo en el
banquillo, me atenazaba con cientos de preguntas que no supe responder, porque no tenía aun las respuestas, resultaban inútiles y sobraban los interrogatorios.
Ahora, sentada con el sol tardío, converso con los momentos buenos o malos, que como he dicho tienen mi perfil y se amoldan a mi figura. Sin juicios ni culpas, porque está por demás dar una sentencia cuando yo ya no soy la misma. Al igual que ellos, he evolucionado, crecido como una enredadera inquieta que siempre está a la búsqueda de nuevas respuestas.
Considerando la ley de los opuestos, lo aplico a mi vida, y asumo que soy la suma de estas partes, no descarto ni puedo dejar en el tintero los momentos de tranquilidad, cuando la paz se instalaba sin palabras sobre mi alma y yo me sentí abrazada y reconfortada por sus brazos incorpóreos.
Tengo en mi haber momentos de todo tipo, miradas, abrazos y sonrisas que a pesar de ser
efímeras son lo más valioso que poseo. Permiten que mi equipaje se sienta ligero, porque las mejores cosas no se compran ni tienen precio, se dan voluntariamente y se graban en el corazón como un hierro candente, para que no desaparezca su marca ni se borre su cariño.
