Tal como lo sospechábamos, los indicios claramente apuntan a que los 90 días que “logró” la Presidenta para aplazar aranceles, concedidos por Trump, más que un logro es una pausa que le permite al vecino ajustarnos mejor la soga al cuello. Obvio que la embustera 4T no lo va a decir, pero desde Estados Unidos varios funcionarios del Gobierno trumpiano hablan de ciertos temas relacionados con México que nos indican por dónde anda el pensamiento de Trump en relación con nuestro País.

Aparentemente, en la llamada con nuestra Presidenta, Trump presentó una carta de peticiones, en la que le expone al Gobierno de la 4T los cambios que necesita ver el Gobierno norteamericano para entonces determinar qué trato comercial nos otorgará. No son pocas las cosas que, según esto, están solicitando, más allá de lo conocido (migración, fentanilo, etcétera), sino asuntos relacionados con la equidad comercial e industrial, el temor fundado a la falta de imparcialidad en el “nuevo” sistema de justicia, etcétera. Para sorpresa de nadie, existe inconformidad por parte de EU con la decisión del Mesías Macuspeño de forzar el traslado de la carga del aeropuerto de la CDMX al de Santa Lucía, para obligar a que este último lograra un tráfico que es incapaz de generar por sí solo.

La decisión de Trump respecto a los aranceles no depende de razones comerciales, sino que los emplea como arma para lograr los cambios que se le antoja que son necesarios que implemente un Gobierno extranjero, para acomodarlo a los intereses norteamericanos. Ello por razones de seguridad nacional o, como en el caso de Brasil, por parecerle injusto que se persiga jurídicamente a un ex mandatario conservador, o de derecha, como Jair Bolsonaro, supuestamente su amigo.

Visto desde la perspectiva norteamericana, pues, el plazo de 90 días no es un “respiro” para México, sino sólo una prórroga para que se palomee la mayor cantidad de temas que se les exigió cumplir. Claro, de nuestro lado se cacarea tal plazo como un gran logro y una demostración de la gran capacidad negociadora de la Presidenta Sheinbaum, de quien se dice “sabe torear a Trump”. (Y de pasada, también aplausos para el Secretario de Economía, Marcelo Ebrard, que se la ha pasado en Washington actuando como negociador).

“No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”, reza el dicho, así que estos 90 días que parecen muchos pronto se arrimarán, y entonces veremos de cuál cuero salen más correas. O de qué se trató realmente el aplazamiento, y si al concluir éste, México logró mejor -o peor- trato que las demás naciones “amigas” de EU. 

Le atribuyen a Winston Churchill haber dicho: “Un hombre (o mujer) inteligente es el que puede solucionar los problemas que nadie más puede; un genio, por su parte, es el que salva los problemas que nadie más ve”. A lo que vamos es que tratar con Trump es como querer sostener en las manos un pescado enjabonado: este señor es más escurridizo que el anterior. De manera que complacerlo es como pretender atinarle a la diana de un blanco movedizo.

No puede tampoco minimizarse la influencia del jefe del Departamento de Estado, Marco Rubio, de ascendencia cubana: éste no mira con complacencia la relación que México lleva con Cuba. No le parece bien que México le regale crudo a Cuba, y menos aún que nuestro País le pague al Gobierno dictatorial para recibir a médicos cubanos en nuestro territorio. La influencia de Rubio en temas relacionados con América Latina, directamente con el presidente Trump, no se puede minimizar.

Imposible es imaginar todos los temas que contiene la carta de deseos que aparentemente Trump le planteó a su contraparte mexicana. Ahora bien, en lo que a su servidor se refiere, no abrigamos la menor duda de que este Gobierno cuatroteísta no la cumplirá cabalmente. Una parte por traumas ideológicos, otra por ineptitud e incapacidad, y no menos importante, porque complacer a Trump implicaría meter reversa en temas impuestos por el macuspeño, lo cual es anatema para su pupila/ahijada.

 

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