El mundo tiembla por los aranceles de Trump, las conflagraciones en Oriente Medio, la guerra entre Rusia y Ucrania, y por las tensiones crecientes con China. En México, la recesión económica cada vez más cercana, la facilidad con la que opera el crimen organizado en todo el territorio, entre otros, nos impiden levantar la cabeza y observar algo único que podría arribar del espacio sideral.
Hace algunas semanas leí a Avi Loeb, astrofísico director desde hace casi 15 años del departamento de Astronomía de la universidad de Harvard. Miembro electo de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, de la Sociedad Americana de Física, y de la Academia Internacional de Astronáutica, es una referencia muy importante en la investigación astronómica; ha creado y colaborado en los proyectos Breakthrough Starshot, Black Hole y Galileo, que emplean y diseñan tecnología de punta en la investigación astronómica y espacial.
En 2021 publicó Extraterrestre, un libro que reúne sus hallazgos e interpretación alrededor de un objeto proveniente del espacio exterior, llamado Oumuamua, que en hawaiano significa “un mensajero de lejos que llega primero”. Y que, como lo indica su nombre, fue el primero en su categoría en ser detectado, el 19 de octubre de 2017, cuando ya se encontraba en trayectoria de salida de nuestro sistema solar. El posterior análisis de la información capturada por diversos telescopios a lo largo del mundo y en la órbita terrestre, le permitió a Loeb y a sus colaboradores, deslumbrarse por las extrañas características que presentaba y dedujeron de forma categórica, mediante el método científico, que no se trataba de un simple asteroide o cometa, sino de un artefacto metálico, dado sus niveles de reflectancia, de varios cientos de metros de largo. Además, su trayectoria y capacidad para acelerar o desacelerar no seguía los patrones normales de objetos siderales a los que estaban acostumbrados.
Loeb incluso esgrimió la teoría de que se trataba de un elemento propulsor de alguna nave de procedencia alienígena. Hasta ese momento era muy extraño que un científico “serio” se aventurara a presentar este tipo de hipótesis, pero la cantidad de información recabada y su análisis la sustentaban de forma plausible. Aunque una gran parte de la comunidad científica permanece indiferente ante la posibilidad de hacer contacto con tecnología o civilizaciones del espacio exterior, Loeb lo esgrime como algo muy probable. Si atendemos a que hay aproximadamente mil trillones (o 1.000.000.000.000.000.000.000) de planetas habitables en el universo observable, es decir, aún más que granos de arena en las playas de nuestro planeta, es muy posible que en algunos de ellos exista vida inteligente.
Ahora viene lo bueno. El telescopio de ATLAS, en Río Hurtado, Chile, detectó el pasado 1 de julio a 3I/ATLAS, objeto también proveniente del espacio exterior que atraviesa nuestro sistema solar a más de 200.000 kilómetros por hora. Aunque se le catalogó cometa, Loeb y un grupo de investigadores, sostienen que no presenta señales de desgasificación típica de un objeto de sus dimensiones, unos 20 kilómetros de diámetro. El pasado martes, 22 de julio, Loeb y su equipo presentaron un estudio donde explican “diversas características anómalas, determinadas mediante observaciones fotométricas y astrométricas”. Entre ellas la trayectoria que le llevará muy cerca de Venus, Marte y Júpiter. Tan cercana en el caso de los dos anteriores que le permitiría enviar sondas propulsadas hacia su superficie, y tan atípica que le atribuyen una probabilidad de ? 0,005 %.
La trayectoria haría que 3I/ATLAS pasara en un momento por detrás de sol con respecto a la tierra, lo que dificultaría enormemente su observación y monitoreo, y le permitiría realizar una maniobra de frenado orbital u Oberth solar reverso que lo mantendría en órbita solar desde donde podría ser potencialmente amenazador para la Tierra. Esto sucedería entre noviembre y diciembre de este año.
Una de las hipótesis esgrimidas en su ensayo pedagógico especulativo es que 3I/ATLAS “podría ser tecnológico y posiblemente hostil, como cabría esperar de la resolución del Bosque Oscuro y la Paradoja de Fermi”.
Explico rápidamente estos dos últimos términos. La paradoja de Fermi afirma que, a pesar de la alta probabilidad de vida en el universo, no captamos señal alguna de inteligencia fuera de nuestro planeta. Durante décadas, proyectos a gran escala como el SETI, no han recibido señal alguna que podamos clasificar como proveniente de seres extraterrestres inteligentes. Una de las explicaciones a esta paradoja se le denomina el Bosque oscuro: el universo es como un bosque oscuro por donde merodean de manera aislada cazadores armados. Si alguno hiciera demasiado ruido o se hiciera notar, sería presa fácil de cualquier rival en el bosque y sería aniquilado. Es decir, no recibimos señales de inteligencia alguna, porque podría ser muy peligroso para cualquier civilización mostrarse ante potenciales enemigos.
Cierro con algo esperanzador, Loeb y sus colegas afirman que nuestra mente está diseñada para encontrar patrones donde no los hay, así que su teoría es de carácter meramente especulativo con base en lo observado hasta ahora (piensa mal y acertarás diríamos en México). Los ojos de muchos telescopios se encuentran monitoreando el avance de 3I/ATLAS, atentos a cualquier indicio o movimiento que permita deducir si está tripulado al no obedecer a las fuerzas gravitacionales que lo impulsan. En cualquier caso, hacia finales de este año sabremos si todas estas características responden a un fenómeno natural o a un evento que podría transformar nuestra civilización de formas insospechadas.
Ante la vastedad del universo, el estatus del emperador no puede ser superior al de una hormiga que se aferra a un grano de arena de una playa gigante, sostiene Loeb. Mientras nos disputamos ese grano, quizás algo mucho más grande y no necesariamente positivo se está cocinando allende nuestro sistema solar. Algo que en realidad podríamos llamar, en honor a HP Lovecraft, terror cósmico. Algo sabremos a finales de año.
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