La ventana Overton (por el politólogo Joseph Overton), también conocida como la “ventana de discurso”, se refiere al rango de ideas que son políticamente viables en un lugar y en un momento dado. Esa ventana se mueve a través del tiempo. Hoy, gobiernos populistas de izquierda y de derecha la ensanchan. Hasta hace poco hubiera sido impensable que el Ejecutivo en México simulara votaciones para justificar la cancelación de la mayor obra de infraestructura en décadas, o para desmantelar de pies a cabeza el Poder Judicial. Hoy parece aceptable y hasta popular.
En EU, Trump ya exploraba la posibilidad de (ilegalmente) despedir a Jay Powell, quien preside la Reserva Federal, por rehusarse a reducir las tasas de interés. Gillian Tett, columnista del Financial Times, entrevistó recientemente a Curtis Yarvin, bloguero que se autodefine como “populista autoritario” y quien influyera en Elon Musk al sugerir “retirar” a todos los burócratas. Ahora Yarvin propone fusionar al banco central –la Reserva Federal– con el Departamento del Tesoro como vía para reestructurar los 37 billones de dólares de deuda pública, reclasificando pasivos del Tesoro como “acciones restringidas”. Suena a una locura. Por cierto, el vicepresidente JD Vance es fan de Yarvin.
Lo que los populistas de derecha e izquierda tienen en común es que ambos ven a instituciones y contrapesos como obstáculos a su agenda. Rechazan también la separación de poderes. A largo plazo, eso inhibe crecer, como ya ocurre en México. Tett cita estudios de Stöckl y Rode que muestran que los populistas de izquierda dañan a los mercados y reducen el precio de los activos, impidiendo la formación de capital. El éxito electoral de candidatos populistas incrementa la volatilidad de los mercados, más en el caso de los de izquierda.
Cita también a Funk, Schularick y Trebesch que estudiaron 51 regímenes populistas desde 1900, concluyendo que tras 15 años en el gobierno, el PIB per cápita baja 10%. En México éste es hoy menor que hace 7 años. El impacto de populistas de izquierda es mayor al principio, el de los de derecha tarda más en notarse.
El gran riesgo de los posibles fracasos y del mediocre desempeño de los gobiernos populistas arraigados en México, e intentándolo en EU, es creer que el antídoto está en gobiernos en el extremo opuesto del péndulo político. En EU, el Partido Demócrata perdió la brújula. Sólo tienen propuesta líderes de izquierda como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio Cortez o Zohran Mamdani, el candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, quien recorre todos los lugares comunes de rentas congeladas, controles de precios y de quitarles a los ricos para darles a los pobres (creyendo que lo que pauperizó a Cuba funciona en El Bronx). En EU, a 62% de los electores entre 18 y 29 años les gusta el socialismo y a 34% el comunismo. Mientras tanto, los demócratas moderados son incapaces de presentar una plataforma sensata, de alcance nacional, capaz también de atraer a republicanos tradicionales hartos de Trump.
En México, me preocupa escuchar a empresarios y líderes de opinión de derecha idealizar a autoritarios como Nayib Bukele sin reparar en sus brutales violaciones a derechos humanos, en la persecución y detención ilegal de sus opositores o en la flagrante corrupción de quienes le rodean. No parecen entender que la desigualdad extrema, la injusticia y la complicidad de la clase acomodada con la corrupción en gobiernos de PRI y PAN le pavimentaron el camino al populismo nacionalista que tanto nos daña.
Ni allá ni acá resolveremos problemas añejos y crisis estructurales con soluciones mágicas o atajos autoritarios. Al final del día la fórmula sigue siendo la misma, toma tiempo y nos vamos alejando de ella. Necesitamos forjar un Estado de derecho, volver a empoderar instituciones autónomas, invertir en educación de calidad e infraestructura moderna, garantizar seguridad (la primera obligación del Estado), recuperando a México de las fauces criminales, y estar conscientes de que el progreso real requiere de compromiso, disciplina y esfuerzo por generaciones.
