Cuenta la leyenda que el narrador y dramaturgo Karel Capek andaba en búsqueda de un nombre para los nuevos personajes de un libreto de teatro. Una distopía que trataba de seres humanoides creados artificialmente mediante una fórmula supersecreta en una isla-laboratorio que se vendían como mano de obra a empresas del mundo entero. Su éxito consistía en realizar todos los trabajos del género humano sin cansarse, las 24 horas del día y sin cobrar un salario, porque no se les consideraba personas.

Josef, hermano de Karel, y de oficio pintor, aunque también escribía poesía, recordó una vieja palabra eslava, del ruso: ?????? (rabóta), es decir, trabajo. En checo y polaco significaba trabajo forzado o esfuerzo. Karel nombró a sus criaturas “robota”. 

A partir de su título R.U.R. (Rossumovi univerzální roboti) o Robots universales Rossum, se hizo famoso el término robot aplicado literalmente a decenas de idiomas. Y había otro juego de palabras: Rossum, el par de inventores  protagonistas de la historia que dan su nombre a la empresa fabricante, es también una transliteración de “razón” en checo: “rozum”. La primera traducción alemana, por ejemplo, publicada al año siguiente del estreno, adaptó el mismo juego, al cambiar el apellido Rossum por “Werstand”. Tras el exitoso estreno en Praga, a inicios de 1921, la fama de Capek cundió rápidamente en Europa y Norteamérica. 

R.U.R. describe la pesadilla de los creadores de criaturas que se convierten en monstruos incontrolables. Como el famosísimo gólem praguense, los robots toman el control del mundo y buscan a sus creadores para obtener la receta de su fabricación. Muy pronto su discurso se torna profundamente humano:  

“Para ser como los hombres son necesarias las matanzas y la dominación. Lea historia, lea los libros de los humanos. Hay que dominar y asesinar para ser como los hombres. Somos poderosos, señor. Haz que nos multipliquemos y estableceremos un mundo nuevo. Un mundo sin defectos. Un mundo de igualdad. Canales de un polo al otro. Un nuevo Marte. Hemos leído libros. Hemos estudiado ciencias y artes. Los robots han alcanzado la cultura humana.”

Karel Capek fue nominado siete veces al Premio Nobel de Literatura, sin obtenerlo. La crítica al sistema capitalista de su época y en contra del ascenso del fascismo llamaron también la atención de los nazis. Al anexionarse Checoslovaquia en 1938, buscaron aprehenderlo y al llegar a su casa se enteraron que había muerto meses antes a causa de su inveterado tabaquismo. Arrestaron a su esposa y luego fueron por su hermano, Josef, quien moriría en 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen.

Vivimos el ascenso de la inteligencia artificial y de la carrera de los robots humanoides alimentados con ésta. Las promesas de progreso y bienestar son equiparables a las que presentaba Capek en su obras. Las amenazas no son menos temibles:

“La humanidad nunca se entenderá con los robots y nunca llegará a ejercer un control sobre ellos. La humanidad se verá sobrepasada por un diluvio de estas horribles máquinas vivientes, será su esclava, viviremos a su merced.”

Una advertencia que viene desde las más antiguas tradiciones del mundo, reeditada hace un siglo por un paisano y contemporáneo de Kafka.

 

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