Puede sonar lejano el año de 1989, cuando estaba por caer el Muro de Berlín, Judith Shklar nos advertía en su libro: “Quien crea que, cualquiera que sea su apariencia, el fascismo está muerto y enterrado debe pensárselo dos veces antes de decirlo”.
Desde su juventud en plena Segunda Guerra Mundial, Shklar, de familia judía, escapó con su familia desde su natal Riga hacia la seguridad que ofrecía Norteamérica. Estudió en Canadá y se doctoró en Harvard, donde fue la primera mujer catedrática en el departamento de ciencia política. Desde allí, además de convertir su clase en un referente para varias generaciones de estudiantes, delineó su visión del liberalismo que para ella, “alude a una doctrina política, no a una filosofía de la vida, como tradicionalmente han dado por supuesto diversas formas de religión revelada y otras Weltanschauungen [visiones del mundo] omnicomprensivas.”
Según Shklar, “el liberalismo solo tiene un objetivo primordial: garantizar las condiciones políticas necesarias para el ejercicio de la libertad individual”, de manera que “toda persona adulta debería poder tomar sin miedo ni favor todas las decisiones efectivas posibles sobre todos los aspectos posibles de su vida, siempre que fuera compatible con idéntico ejercicio de libertad de cualquier otra persona adulta.” Por ello “el liberalismo no contiene ninguna doctrina positiva concreta acerca de cómo deben conducirse las personas en la vida, ni de qué decisiones personales deben tomar”. Al contrario, y allí emerge la visión de una persona que conoció la persecución e incluso pasó por un centro de detención de inmigrantes en Seattle antes de asentarse definitivamente en el “país de las libertades”: El liberalismo no surge “del afán de libertad pública, sino del miedo a la crueldad y a las causas del sufrimiento”.
Consciente de que “todo sistema legislativo lleva implícito un mínimo nivel de miedo… el liberalismo del miedo no sueña con el final del gobierno público coercitivo. El miedo que pretende impedir es el que generan la arbitrariedad, los actos inesperados, innecesarios y no autorizados de la fuerza y los actos de crueldad y tortura habituales y generalizados llevados a cabo por los agentes militares, paramilitares y policiales de cualquier régimen.”
Vivimos en los últimos años guerras y agresiones desde estados en apariencia democráticos y liberales en contra de inmigrantes o quienes lo parezcan, o contra poblaciones civiles declaradas parte de un enemigo a exterminar. Ejecutados con extrema crueldad, las detenciones o bombardeos se conciben para aniquilar a los más débiles e intimidar mediante la violencia a quienes puedan reclamar cualquier derecho, incluso el más fundamental. Dice Shklar: “el miedo al que tememos es al dolor infligido por otros para matarnos y mutilarnos… y, cuando pensamos en términos políticos, tenemos miedo no solo por nosotros mismos, sino también por nuestros conciudadanos. Tememos una sociedad de personas temerosas.”
El liberalismo de Shklar debe alzarse contra “todo acto extrajurídico, secreto y no autorizado por parte de los agentes públicos o sus representantes”, y uno de sus principales armas en contra de éstos consiste en “una división y subdivisión constante del poder político.”
Una lectura indispensable para los tiempos que vivimos.
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