Recientemente, el Senado aprobó una nueva ley en materia de telecomunicaciones y radiodifusión. La exposición de motivos fue: promover el uso equitativo del espectro radioeléctrico y garantizar acceso a Internet en zonas marginadas, que ahora contarán con nuevos mecanismos de financiamiento.
Esta legislación también da origen a un nuevo órgano regulador: la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones, que sustituye al Instituto Federal de Telecomunicaciones. Sin embargo, la oposición no tardó en reaccionar. Ricardo Anaya, coordinador del PAN, la calificó de “ley espía”, al advertir que preserva la geolocalización en tiempo real de dispositivos móviles. Se rasgó las vestiduras y espetó que se institucionalizaba así un “gobierno espía”.
Pero el uso de geolocalización no es nuevo; aunque, el artículo 183 precisa orden judicial para localizarte mediante tu celular. A pesar de ello, el debate en el Pleno fue encendido: priistas y panistas denunciaron censura y control, en un intercambio más cargado de descalificaciones que de argumentos. La escena fue, más que nada, una representación teatral para recordar al electorado que aún existen.
Se dice que los oficios más antiguos de la humanidad son la prostitución… y el espionaje. En México, el espionaje ha sido una constante desde la Conquista. Durante la Independencia, y más aún en la época republicana, ya existían redes informales de inteligencia.
En tiempos del presidente Miguel Alemán, la CIA colaboró en la creación de la temida Dirección Federal de Seguridad (DFS), dotándola de tecnología avanzada. Aquella “Federal” se dedicó no solo a combatir enemigos del Estado, sino a espiar políticos, embajadas, empresarios, obreros, periodistas, estudiantes y campesinos, infiltrando organizaciones según conveniencia.
Más cerca en el tiempo, fue escándalo nacional que el Ejército espiara utilizando el software Pegasus. La noticia trascendió porque otros espías hackearon a quienes espiaban y filtraron información confidencial de las fuerzas castrenses. Pero esto tampoco es novedad: desde la reorganización del Ejército por el general Joaquín Amaro, existe la “Sección Segunda” dedicada a Inteligencia y Contrainteligencia. A la par, el otrora temido CISEN, hoy Centro Nacional de Inteligencia, representa la cara civil del aparato espía del Estado mexicano.
El espionaje no conoce fronteras. A lo largo del siglo XX, México fue terreno fértil para espías internacionales. Uno de los episodios más conocidos lo protagonizó Hilda Krüger, actriz germano-mexicana enviada por el alto mando nazi en 1941. Con su belleza y astucia, sedujo al entonces secretario de Gobernación, Miguel Alemán y, según archivos de contrainteligencia, le extraía información sensible en la intimidad, sin necesidad de intervenir teléfonos. En la cama no había secretos…
Durante el Gobierno de Felipe Calderón se otorgaron atribuciones meta constitucionales a los servicios de Inteligencia de Estados Unidos, para que pudieran portar armas, denunciar, interrogar, espiar, infiltrarse e intervenir teléfonos, en territorio mexicano, algo siempre prohibido. Aunque, el Presidente montó en cólera cuando supo que lo espiaban.
Grandes figuras como Fernando Gutiérrez de la DFS fueron consideradas como “activos” por la CIA, por su cooperación. También, hubo presidentes muy cercanos, como López Mateos, que invitó a Winston Scott, jefe de la CIA en México, a su círculo íntimo de amistades y, más tarde, su padrino de boda. También, en su momento, la CIA reconoció al presidente Echeverría como un “valioso colaborador”, a quien incluso agradecieron la clausura de una estación de la KGB en México.
En distintas ocasiones, México ha reclamado el espionaje de agencias estadounidenses en su territorio. La respuesta es siempre la misma: “todos los países lo hacen”. Y es cierto: Hasta en Guanajuato, en anteriores sexenios, se ha practicado el espionaje telefónico.
En resumen, la Agencia de Transformación Digital y telecomunicaciones, ATDT, se constituye como una Secretaría de Estado dependiente directamente de la Presidencia, concentrando la regulación de telecomunicaciones, radiodifusión y la estrategia digital del gobierno en una estructura más centralizada y con mayor alcance técnico y operativo.
El espionaje en México es un delito. Pero es una línea muy delgada entre las tareas de Inteligencia y las de espionaje. Entonces, si alguna vez siente usted que lo están espiando, quizá solo sea su conciencia culpable… o tal vez no. Pero por si acaso, no cuente intimidades por teléfono. ¿Tendrá miedo el senador Ricardo Anaya de que le descubran más depósitos en paraísos fiscales o que se sepan sus intimidades?
