Existe una razón profunda y real por la que muchas personas hoy en día —quizá incluso tú o quienes te rodean— platican sentirse muy cansadas, incluso sin haber hecho grandes esfuerzos físicos. Ese “cansancio generalizado” no es sólo corporal, sino también emocional, mental y espiritual. 

Después de años de crisis (pandemia, guerras, inflación, violencia, incertidumbre), las emociones se agotan. Vivimos en un estado constante de “alerta”, ansiedad o preocupación que drena la energía con ello viene una fatiga emocional colectiva.

Estamos expuestos a noticias negativas, redes sociales, pantallas y mensajes todo el día. El cerebro no descansa: se satura, se dispersa, y eso genera fatiga por sobrecarga de información.

Se espera que las personas sean productivas, positivas, disponibles siempre. Muchas personas sienten que no tienen permiso para descansar o decir “no” a las exigencias sociales y laborales desmedidas. También la falta de espacios seguros para expresarse, ya que en muchos entornos no se puede hablar abiertamente de lo que uno siente, y eso también cansa. Reprimir emociones como tristeza, enojo o frustración consume energía.

Las personas sensibles o empáticas pueden sentir agotamiento moral: duele ver tanta desigualdad, violencia, guerra, corrupción. A veces se siente que todo esfuerzo es inútil, y eso desgasta, esto genera un cansancio por un mundo injusto.

Muchas personas viven sin pausas, sin silencio, sin conexión interior, logrando una desconexión con uno mismo. No saber para qué haces lo que haces también cansa.

¿Qué podemos hacer con este cansancio? Hablarlo. Nombrar el cansancio ya es parte del alivio. Darle descanso al alma, no solo al cuerpo: silencio, arte, naturaleza, afecto. Poner límites, incluso a lo que “debería” hacerse. Recuperar lo esencial: sentido, comunidad, compasión. Ese cansancio que tú o los demás sienten no es debilidad: es el resultado de resistir en un mundo agitado. Escucha tu cuerpo, honra tu alma y permite que el descanso también sea un acto de dignidad.

Desde la antigüedad, muchas culturas agrícolas hacían pausas en el trabajo intenso durante el verano o después de las cosechas. Hoy, esa costumbre continúa como parte de una “temporada oficial” de descanso y desconexión. Tras meses de trabajo o estudio, el verano representa un momento simbólico de renovación y pausa, el cuerpo y la mente piden descanso, y la temporada invita naturalmente a ello.

Honrar al alma y poder descansar no es un lujo, es una necesidad profunda del ser humano. En un mundo que empuja a la prisa, al ruido y al rendimiento, honrar el alma significa recordar quién eres en lo más hondo, y permitirte vivir con verdad, compasión y pausa. Honrar al alma Es reconocer que no somos sólo cuerpo ni mente, sino también corazón, conciencia, espíritu. Es darte permiso para: Sentir profundamente, sin reprimirte. Escuchar tu verdad interior, aunque incomode. Caminar con propósito, no solo con metas. Amar con sentido, no con miedo.

El descanso tiene una parte profundamente espiritual. No se trata solo de dormir o “no hacer nada”, sino de reconectar con lo más hondo de uno mismo, con el sentido de la vida y con la paz interior.

El descanso no es una pérdida de tiempo: es un regreso a ti mismo.
Es el momento en que el alma respira, el cuerpo se suelta y el espíritu recuerda que está vivo. Te vuelves más humano, quizá menos robot.

Descansar es un acto sagrado.

¡Por la Construcción de una Cultura de Paz!

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