Andaba en mora de leer a Pedro Mena. Confieso que no había asistido a ninguna presentación suya por una desavenencia absurda: hace algunos años, durante una presentación, creo que fue Demócrito (La Rana, 2020), en la Feria del Libro en Irapuato me desagradó mucho un comentario que hizo sobre su vida en esta ciudad. Incapaz en ese momento de separar al autor de su obra, desde entonces reaccioné como jiriqüichense converso y visceral; me negué a leerlo. Así de absurdo puede uno llegar a ser; tanto trabajo me cuesta separar al autor de la obra.

Pero intuía que me estaba perdiendo de algo bueno. Asistí a la librería Emma Godoy el pasado fin de semana al lanzamiento de su poemario Un sol entre el carbón y las cenizas, recién editado por El canto del ahuehuete, editorial de David Uriel Martínez, que ha reactivado su actividad en León.

Enmendé mi error y creo que lo hice en buen tiempo, es imposible negar el efecto emocional que los versos de Mena son capaces de despertar en el lector. Esta colección de poemas abarca de 2014 a 2025 como un recorrido vital, que llamaría anábasis o viaje a las profundidades, si los rayos del sol no alumbraran tenuemente el meridiano del poemario. El ateísmo, la disociación y cierta anhedonia existencial producen una voz poética alienada de su entorno, mortalmente desencantada, aunque no por ello ajena a su potencia verbal y expresiva. Mena nos hace partícipes del miedo, la violencia y la muerte; de la ausencia de júbilo y de los grandes discursos, por ello mucho más carbón y ceniza que sol para entibiarse.    

Recomiendo también, a quienes deseen acercarse a las profundidades del poemario y a su contenido, el análisis de Ana Paulina Calvillo publicado hace unas semanas en la página de Fondo Guanajuato. Y ofrezco, a manera de balanza para sopesar el lenguaje y sus tonalidades temáticas, un par de poemas completos:

 

Galones de pintura amarilla

 

Quizá avizoro la caída,

el intermitente cuchicheo

seguido de silencios obligados;

en este momento me digo

sin tanta histriónica patada;

que la vida va arrojando sobre mí advertencias,

galones de pintura amarilla

en la planta de mis pies,

en la trusa algo sucia,

en los ojos rotos, 

en la manos tembeleques…

 

Quizá solo estoy escuchando

cómo va a crepitar mi ataúd

sin decir adiós. 

 

Sobornar a Dios

 

Pese al dolor de cuerpo, a la debilidad

y a los repentinos calores y fríos, 

desperté pensando en tu cumpleaños.

 

Toma la Antártida como pastel, 

sopla las catorce velitas ahí acomodadas

y escucha:

cómo los astros

y los boquetes negros del universo

te cantan las mañanitas.

 

Te aseguro que ya me encargué de sobornar a Dios

para que esta anomalía

fuera posible. 

 

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