Las razones del odio absurdo y sin sentido fueron mutando como las nubes en el cielo.
Primero presagiaron lluvia y grisáceas se acumularon en un ramillete monocolor, luego, con el paso de las horas fueron nubarrones negros que amenazaban de furia, y finalmente, vencidos como un dique o una represa que se revienta, como un alud de rocas rodaron ladera abajo desgajando la montaña.
Dejaste de ser quien recordaba presa de una sin razón que te envolvía, te transformaste en un ser ciego y sordo que por escuchar esas palabras interesadas y venenosas dejó de escuchar su corazón.
Yo sé que en el mundo hay mucho mal, los humanos, algunos, se han convertido en bestias insaciables, en monstruos con apellidos, mas no me refiero a ellos sino a ti, que esparciste semilla amarga y la lanzaste al boleo para que enraizara hondo y profundo para que nadie pudiera arrancarla sin temor a sucumbir, ni se atreviera a contradecirte.
Busque inútilmente en ese recipiente de bondad que hallaba en ti el recuerdo de mis ojos, el sonido de mi voz y ya no pude encontrarlo, no logré aceptar que habías olvidado mi mirar y silenciado mis labios, que solo pasaba por tu pensamiento el deseo de arrancar mis ramas y cercenar mi tronco para hacerme caer.
Y me pregunto, ¿qué habría pasado contigo si lo hubieras logrado, habrías sonreído de tu cruel victoria? pero dime, dime ¿cómo silenciarías ese corazón joven que me albergó con dulzura, en el que sí cabía yo? ¿cómo podrías convencerlo, qué le habrías dicho para justificarte? Mas después, envejeció, y se transformó tanto, que a ese ya no lo conocí, por gracia no.
Las razones del odio pudieron ser muchas, mas ninguna te la di yo. Yo solo escribí mi inocencia en tus ojos que me miraban fijamente mientras fingía dormir. Otras razones, sí acuchillaban tu corazón de manera invisible, tu voluntad se rendía y el río fluía amargo.
Y yo a tu lado, ahí, resguardada en la penumbra lo observaba adolorido y traicionado, por momentos creía escucharlo latir, mas no abría mis párpados para no avergonzarte, y tú creyeras que no me había dado cuenta, que tranquilamente, dormía.
Y en ese sueño que finalmente llegaba, soñaba con un campo que se movía como el trigo verde mecido por el sol, y bajo el brazo, llevaba tu corazón dañado para que también descansara, y él, olvidara ante esa belleza florida sus traiciones, y tú, disociada sobre tu cama, pudieras dormir.
Por eso hoy escribo a ese corazón que resané con mis dedos en mis sueños de niña, el que latía apresurado disfrutando mi niñez, a ese que hoy, llenaría de besos si pudiera, para que olvidara sus razones, esas que no te di.
