En materia política, la estrategia del “panem et circenses” es tan antigua como eficaz. La expresión, acuñada por el poeta romano Juvenal, denunciaba la manera en que el Imperio adormecía al pueblo mediante el entretenimiento. A cambio, los ciudadanos renunciaban, muchas veces sin saberlo, a la crítica, una institución de la democracia.
Hoy, esa táctica milenaria se reinventa bajo formas más sofisticadas: A través de la Feria Estatal de León se hacen dispendios desmedidos en frivolidades de oropel. Así, todo es meramente ilusorio, superficial, construido con astuta parafernalia: “Pan y circo”. De esa manera el gobierno desvía la atención pública de los problemas de fondo, corrupción, inseguridad, malos servicios públicos e impunidad. Esto no soluciona los desafíos estructurales de León y Guanajuato, pero sí genera simpatías inmediatas y neutraliza el pensamiento crítico: Una ciudadanía distraída y apenas satisfecha con lo básico tiende a cuestionar menos, exigir menos y, en consecuencia, conformarse más.
El exgobernador Sinhue, el peor que se recuerde, ahora empresario de ocasión, llevó esta lógica a su clímax al prostituir mediante el uso desmedido de recursos públicos, dizque para artistas, la esencia de la Feria Estatal de León. Aquella feria, instituida formalmente en 1965 durante el gobierno de Juan José Torres Landa, nació con una vocación noble: Impulsar la ganadería y las artesanías del estado. Aunque León celebraba desde el siglo XIX una feria en honor a San Sebastián Mártir, se transformó en un evento estatal y se trasladó a los terrenos actuales, dejando atrás la antigua sede en la calle Miguel Alemán.
Torres Landa comprendió que una feria no debía limitarse a lo festivo y apostó por un escaparate productivo, con exposiciones ganaderas de alto nivel, competencias de razas, encuentros entre productores y actividades comerciales. Así, León se consolidó como epicentro de la ganadería en el Bajío.
Bajo el gobierno de Sinhue, la Feria se convirtió en vitrina de vanidades y la celebración fue despojada de su espíritu original, para transformarse en pasarela de espectáculos de pirotecnia política que poco o nada tenían que ver con la vocación productiva que le dio origen.
En entrega anterior de esta columna, señalaba cómo ciertos empresarios encuentran su alter ego en el poder político, y algunos gobernantes se rinden ante el poder económico del que goza el empresariado. Cuando ambos mundos se cruzan para satisfacer los demandantes egos, lo público se desvirtúa y lo que debiera ser un bien común se diluye en acuerdos inconfesables.
El ejemplo más ilustrativo fue el gasto estratosférico del saliente Patronato de la Feria: 424 millones de pesos, de los cuales se gastaron 25 millones en una sola conferencia de élite: Una tenista y un piloto de fórmula 1. Mayor parte de los recursos fueron graciosas entregas del Gobernador. Acertadamente, la gobernadora Libia Dennise, ya ordenó una auditoría a la Feria, y seguramente exigirá que vuelva a un gasto racionalizado sustentado con sus propios recursos.
La Feria, históricamente autofinanciable, cumplía con su finalidad y dejaba excedentes para obras sociales. Pero en la administración de Sinhue todo se convirtió en dispendio, sin preocuparse de que la Feria generara los ingresos que justificaran semejante derroche. Hoy, la ganadería y las artesanías guanajuatenses han sido confinadas a un rincón, mientras los reflectores iluminan la parafernalia de los gobernantes.
El verdadero riesgo no es que los políticos recurran al entretenimiento, o que al grupo de interés lo dejen brillar con carretadas de dinero ajeno, sino que la ciudadanía se resigne a ello. La cultura y el esparcimiento son elementos esenciales de una sociedad, pero el problema comienza cuando el poder utiliza estos recursos, a través de su grupo de interés, como hipnótico intelectual contra la crítica. Mientras los reflectores iluminan al artista de moda o el fastuoso corte de listón, entre las sombras se ocultan cifras incómodas, se esconden pendientes que duelen y se posponen soluciones urgentes de gobierno.
En ese contexto, el entretenimiento deja de ser celebración para convertirse en instrumento de manipulación y la política en espectáculo. Entonces, el entretenimiento impulsado desde el poder, se convierte en hipnótico de conciencias, y la política en espectáculo de tramoya.
Mientras, el dispendioso exgobernador Sinhue vive como sibarita con tres vehículos de alta gama a la puerta, en millonaria mansión en Texas.
