En algunos cursos de posgrado que impartí a ingenieros, al iniciar estudios sobre tecnologías de calidad, les pedía leer el libro “El fin de la historia y el último hombre” (The End of History and the Last Man), libro de Francis Fukuyama de 1992, donde expone una polémica tesis: “…la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final, basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría”. Allí, el mundo occidental y el capitalismo triunfan y cualquier otra forma de organización, como el socialismo, ha sido derrotada, es decir, otro mundo, ya no es posible.
Fukuyama explicaba el triunfo de las democracias liberales como efecto de la caída del comunismo. Así, el fin de la historia se interpretaba como el fin de las guerras y las revoluciones violentas. Inspirándose en Hegel y sus ideas sobre la dialéctica del cambio, afirmó que la disolución del bloque oriental de gobiernos comunistas, solo dejaba como única opción viable, una democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político. El ser humano, el último hombre sobre la faz de la tierra, solo conocería el capitalismo. Es decir, había triunfado ya, el “pensamiento único”: las ideologías ya no eran necesarias y habían sido sustituidas por la economía.
Habrían triunfado los poderosos sobre los débiles y el mercado sobre la colectividad. En una invitación a la resignación, Estados Unidos sería la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. Ya no habría más. “El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”. La globalización sería la verdadera guerra al abrirse la competencia y las ventajas competitivas de los países serían la única estrategia para pelear.
Lo que Fukuyama no intuyó, es que el imperio se debilitaría. Que los Estados Unidos habían apostado a un modelo de globalización para que los países abrieran sus fronteras y las empresas norteamericanas salieran al mundo a producir sus productos más barato y sus cadenas de comercialización global controlarían los mercados. Además, no calculaba que las mayorías pobres buscarían caminos ante las crecientes desigualdades en el ingreso y a la concentración de la riqueza.
Así fue desde los años noventa en que países como México vendimos nuestro futuro y abrimos la economía. La incapacidad del Estado mexicano para poder administrar el petróleo y la corrupción generada por un partido hegemónico, hicieron lo demás, pues el País tuvo que ingresar después de la crisis del 94, a una economía globalizada y movida más por la inversión extranjera que por el consumo interno. Vendría el fin de un partido hegemónica, el PRI, que controlaba a los otros 2 poderes.
China crecería ya en este siglo y otras economías emergentes, para reflejar que Estados Unidos se había “desindustrializado” y dependía ahora de otros países. Su balanza comercial negativa y el déficit comercial, crecían y su voracidad en el consumo por su estilo de vida, les iba llevando a una enorme deuda interna y externa. Trump en su segundo periodo, prometía regresarles a esos años de gloria en que podía dominar al mundo. El mundo, además, regresaba después de la pandemia del COVID a las guerras militares por el control de espacios geopolíticos y la guerra de Ucrania y ahora la del Medio Oriente, eran los escenarios para estas confrontaciones de Estados Unidos y sus aliados y por otro lado, de Rusia y China, con sus propios aliados.
México regresaba en el 2019 a un régimen equivalente al del PRI, el de Morena, donde sus genes, sus cuadros dirigentes, provenían de ese sistema que nunca se había ido. “Cuando despertó, el dinosaurio se dio cuenta que estaba allí”, como lo cuenta “El dinosaurio” de Augusto Monterroso. Los Estados Unidos, rompían la globalización y regresaban al proteccionismo, intentando enfrentar al gigante chino, que ahora, domina ya a la economía global y es junto con Rusia, el único contrapeso para la economía norteamericana que, perdiendo competitividad, quiere volver a controlar el mundo, como lo demostró en la guerra de Irán. Esto es lo que verá el último ser humano, que verá el “fin del reloj de la historia” en algunos años.
