Los colegios y consejos médicos tienen la finalidad de representar, orientar e incluso defender a sus agremiados, apostando al mismo tiempo a un ejercicio ético y profesional de la medicina, así como actualización y educación continua. Sin embargo, en la práctica, cuando estas instituciones se vuelven opacas, excluyentes y cerradas al escrutinio, se transforman en entidades profundamente dañinas. Un riesgo mayúsculo es que con el tiempo, la permanencia de los mismos representantes en los mismos cargos, derive en dinámicas propias de mafiosos, alejados de los principios que supuestamente las rigen.

Cuando la dirección de estos organismos se mantiene en manos de los mismos grupos o individuos por años (a veces décadas) comienzan las redes de favores, lealtades personales y círculos de poder que son harto difíciles de romper. El pensamiento crítico y la renovación institucional quedan en el olvido y se consolida una cultura de control en donde el acceso a cargos, certificaciones, beneficios o representación queda restringido a unos pocos. Esta estructura bloquea la participación de nuevas generaciones, silencia a los disidentes y limita la evolución del gremio, pues ahora en vez de servir al colectivo médico, sirve a intereses particulares.

Es frecuente que los mecanismos de elección, rotación de liderazgos, rendición de cuentas o auditorías sean más laxos, inciertos o incluso inexistentes y que las decisiones de estos consejos puedan volverse arbitrarias sin consultar “a las bases” y sin responder a las necesidades reales del gremio. Las cuotas colegiadas, los ingresos de congresos u otros eventos comienzan a utilizarse sin justificación clara o los procesos de certificación se convierten en barreras sin criterios académicos sólidos, lo cual son prácticas no solamente antiéticas sino que ahora se transforman en corrupción estructural.

Cuando la institución calla, ignora problemas evidentes que afectan de manera colectiva a los agremiados, como condiciones laborales precarias, falta de seguridad en el ejercicio profesional, competencia desleal, acoso, sobreexplotación o amenazas legales injustificadas, deja de cumplir con su función esencial y traiciona su compromiso con la defensa de la grey médica.

Ahora bien, estas omisiones no son neutrales, pues el silencio ante el sufrimiento colectivo es una forma de complicidad. Cuando se trata de problemas estructurales que pueden y deben ser abordados desde una postura gremial, la inacción también es violencia. Ese silencio corresponde ahora a intereses creados (relaciones de dirigentes con aseguradoras, autoridades sanitarias, representantes de empresas farmacéuticas o de laboratorio u otros grupos económicos) y por lo tanto esa omisión ya no solo es negligencia sino corrupción rampante. Recordemos que la corrupción no es solamente “robar” recursos, sino es la captura de instituciones por parte de grupos que actúan en función de sus propios intereses en detrimento del colectivo. Se puede corromper una institución sin malversar dinero, pues basta con que se desvíe la misión institucional y se deje de cumplir con el deber de representación.

Invito a todos los colegas (en especial a mi gremio, los patólogos clínicos) a que no callemos. Es responsabilidad organizarnos, exigir transparencia, participar activamente en procesos internos y si es necesario, hacer pública la crítica. La única forma de legitimar un colegio o consejo no es haciendo solamente historia, sino demostrando esa capacidad de respuesta ante las necesidades actuales de sus miembros. Romper con estructuras monolíticas, renovar liderazgos y hacer democráticas las gestiones no es una opción, es menester para evitar que lo que debería ser una institución de defensa, se convierta en un instrumento de poder al servicio de unos pocos. Es tiempo.

(Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre).

 

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