Tras de la reciente farsa “electoral” era evidente que oiríamos a la presidenta Sheinbaum calificar la jornada como “éxito”. Pero duele que se atreva a decir que hoy somos el país más democrático del mundo justo cuando, con su complicidad, este domingo México dejó de ser una democracia. Una Presidenta con niveles de popularidad sin precedente, decidió aprovecharla para engañar al pueblo que dice priorizar diciéndole que le conviene el bodrio judicial que queda. De paso, arrasó con el sistema electoral que les permitió acceder al poder y que costó décadas construir. Dinamitan el mismo puente que ellos cruzaron. Así pasará a la historia. Gracias a Sheinbaum, Morena y AMLO consiguieron demoler nuestra democracia para regresar a México a la época de un partido único, autoritario y con recursos económicos e institucionales para imponer, reprimir y coaccionar.
Una democracia sana requiere de la garantía de elecciones libres y justas, de un Estado de derecho, de rendición de cuentas, de transparencia, y de un Poder Judicial independiente. Han arrasado con cada una de estas condiciones. La elección del domingo fue sucia –acordeones, campañas ilegales– y confirmó que el árbitro está a años luz de ser lo que era. Seguirán debilitándolo. Ahora se dirá que el circo del domingo demostró que es posible hacer una elección con menos recursos. Eso garantizará opacidad y desaseo.
Se le dio el tiro de gracia a nuestro incipiente Estado de derecho. Ahora, el fallo de todo procedimiento judicial se venderá al mejor postor. Esto ya ocurría, pero en los niveles más altos de las cortes cabía al menos la esperanza de justicia y la posibilidad de prevenir abusos de poder. Ya no. Alinear cortes y Estado facilitará la censura por parte de este gobierno inepto e irascible.
Ha desaparecido la esperanza de independencia del Poder Judicial. Ya no habrá contrapesos, ni rendición de cuentas. Si a todo lo anterior le sumamos un sistema educativo cada vez más deficiente –y en manos de entidades esencialmente corruptas como la CNTE–, la probabilidad de que algún día recuperemos una democracia funcional es ya un sueño quimérico.
Sólo nos resta apoyar con determinación a la sociedad civil y a medios de comunicación independientes que se atrevan a denunciar y a exigir la rendición de cuentas que antes competía a instituciones. Sólo queda invertir en educación privada que se esfuerce por incluir a quienes no tienen los recursos para pagarla. Sólo queda no darnos por vencidos.
La terca realidad les pasará factura a quienes con tanto empeño nos regresan al pasado. En el pecado llevarán la penitencia. Es profundamente irónico que este gobierno que ha saboteado nuestro futuro, se salga con la suya gracias a logros y recursos que provienen de esos gobiernos neoliberales a los que hoy fustigan. Pero el México de hoy no es el de hace 50 años. No lo es ni en lo bueno, ni en lo malo. En lo malo, hoy enfrentamos organizaciones criminales crecientemente poderosas, con presencia ubicua, y evidentemente aliadas con este gobierno. Llevamos años sin invertir en infraestructura que nos permita aspirar a competitividad. Este gobierno negligente se niega a aprovechar su aprobación para desactivar la bomba de tiempo de Pemex que acabará por devastar sus finanzas públicas. Nuestro bono demográfico se va agotando y los programas sociales –que hoy facilitan triunfos electorales– se volverán pesados lastres, conforme la población envejezca en un país estancado. El mundo próspero y globalizado que nos permitió integrarnos a la región más pujante del mundo hoy pierde espacio ante tentaciones proteccionistas y aislacionistas.
En lo bueno, miles de jóvenes mexicanos han confirmado su capacidad de competir con los mejores. Muchas de nuestras empresas llevan años mostrándose capaces de trascendencia global. Sabemos que, a pesar de venir de décadas de dictadura de partido, ya nos fue posible construir la democracia funcional que hoy nos arrebatan. Por esos jóvenes y por nuestros hijos no podemos darnos por vencidos. México es nuestro.
