La violencia del crimen organizado en México ha encontrado nuevas formas de expresión, cada vez más brutales, más despiadadas y más cobardes. La colocación de narcominas se ha convertido en una herramienta macabra que nos acerca a lo más ruin del conflicto armado no declarado que vivimos. 

Estos dispositivos han cobrado la vida de 32 personas, entre ellas ocho militares que cumplían con su deber en Jalisco y otros estados, y civiles principalmente en Michoacán, cuando solo trabajaban en sus sembradíos de limón o aguacate. 

Eso es un atentado vil, no solo contra sus víctimas directas, sino contra toda la sociedad mexicana. Se trata de un crimen de lesa humanidad que no puede pasar inadvertido ni quedar impune bajo las estructuras jurídicas actuales.

Las minas explosivas o “antipersonas” solo las habíamos visto sembradas en países que estuvieron en conflictos bélicos y que a la postre aún siguen cobrando vidas o dejando mutiladas a personas, niños, jóvenes o viejos.

Una narcomina no es una herramienta de defensa, sino un instrumento de terror. Su propósito es infundir miedo, paralizar comunidades enteras, doblegar al Estado. 

Se colocan en caminos rurales, en veredas transitadas por civiles o soldados, en territorios donde la presencia del crimen organizado se ha normalizado por la ausencia prolongada de las instituciones. 

Quien fabrica y siembra una mina terrestre sabe perfectamente que no puede controlar a quién va a matar: puede ser un soldado, un niño, un jornalero o una madre que va por agua o a la pisca de frutos.

Los autores de estos crímenes no deben recibir el trato jurídico que hoy se reserva para los delitos comunes. No puede considerarse homicidio simple, ni siquiera calificado. 

Es un crimen de guerra cometido en tiempos de paz. La legislación mexicana necesita reconocer que el uso de minas antipersona por parte de grupos criminales equiparables a organizaciones paramilitares es una forma de violencia sistemática y planificada contra la población. 

No basta con capturarlos cuando mueren soldados. No basta con perseguirlos solo cuando hay presión mediática. Es urgente reformar el Código Penal Federal y la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada para establecer penas ejemplares, que incluyan prisión vitalicia sin beneficios procesales para quienes fabriquen, distribuyan o coloquen estos dispositivos.

Nos duele, como mexicanos, saber que nuestros soldados mueren cumpliendo con su deber en emboscadas disfrazadas de caminos tranquilos. Nos duele más aún saber que niños, ancianos o trabajadores pueden ser víctimas de estos artefactos infernales por estar simplemente en el lugar y momento equivocados. 

Y nos indigna que la respuesta del Estado sea, una vez más, lenta, insuficiente y a menudo burocrática. ¿Cuántos muertos más necesitamos para entender que estamos frente a una amenaza que debe ser enfrentada con decisión, con reforma legislativa, con presencia permanente del Estado en los territorios abandonados?

Las narcominas son una línea que no debimos dejar cruzar. Son un mensaje de guerra que el crimen organizado lanza no solo al gobierno, sino a cada uno de nosotros. 

Luego del asesinato, con este método, de ocho elementos del Ejército Mexicano, en el municipio de Los Reyes, Michoacán, finalmente fueron capturados 17 presuntos responsables, entre ellos 12 sujetos de nacionalidad colombiana, supuestamente encargados de la fabricación de las mimas explosivas.

Las narcominas se agregan a todos los métodos de agresión que usa el crimen organizado y que son coches bomba, drones para supervisión ilegal y sobre todo para dejar caer explosivos, aquí sí, en forma dirigida hacia objetivos elegidos.

Los medios han difundido los testimonios de la población civil que enfrenta estas agresiones y la gente no se explicaba cómo es que las autoridades, de los tres órdenes de gobierno, no actuaba en consecuencia.

El trabajo de la autoridad es prevenir la instalación de las narcominas, pero también debe de desactivar todas las que sea posible y se debe explorar el uso de drones para su detección y robots para su anulación. Todo es posible.

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