Durante el fin de semana, “caen 132 en ‘torito’, varias mujeres”, dice am. Recientemente, el Municipio armonizó los niveles de alcohol permitidos en sangre, con la ley federal de Movilidad; pero la implementación y sanciones quedaron a criterio del Municipio; aunque, ya con anterioridad, Ale había promovido una ley que castigaba con un año de prisión al que reprobara el alcoholímetro, iniciativa que fue rechazada por draconiana…
Imagine que sale a comer y brinda con una copa de vino, tal vez dos, conversa, se ríe, se relaja y, por un momento, olvida las tensiones del día a día. Todo transcurre con armonía… pero el gozo se va al pozo: Al salir, aparece la patrulla, escondidita por ahí, y la amenaza de ser tratado como un criminal. ¡No pasó el exiguo límite del alcoholímetro! Lo esposan, lo meten en la patrulla y lo encierran por 36 horas, es multado y despojado de su licencia de conducir. Sin importar que esté ebrio o no.
Nadie discute la importancia de prevenir accidentes viales. Lo sensato es evitar conducir en estado inconveniente. Pero el problema no es el “qué”, sino el “cómo”: Esta política no busca educar ni disuadir con liderazgo, sino imponer represivamente una visión moralista del mundo, donde el disfrute moderado está bajo sospecha, usted parecerá un sibarita reincidente del placer.
El entusiasmo con que se aplica el castigo, recuerda con nostalgia la célebre Ley Seca de Estados Unidos en 1919, impulsada por el senador Andrew Volstead, atormentado por su escrupulosa conciencia puritana, convencido de que el alcohol era la raíz de todos los males: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación… “Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños”. Olvidó que el primer milagro del cristianismo fue transformar el agua en vino.
Pero actualmente, aún hay quienes creen que la virtud se puede legislar y que la ciudadanía se educa a punta de sanciones. Recordemos, los gobiernos conservadores, prohibieron besarse en el Callejón del Beso; en León, aprobaron cerrar las discos a las doce; censuraban películas para adultos; Oliva ponía los ojos en blanco anhelando la “Nueva Jerusalén” en Guanajuato; y ahora castigan con cárcel al que ose disfrutar dos bebidas espirituosas.
Son innecesarias más leyes punitivas para amedrentar ciudadanos felices, lo que falta son leyes ad hoc para combatir crímenes, robos y asaltos, los criminales andan sueltos: “Se agrava el hallazgo de cuerpos en León, ya rebasan a los del 2024”, AM. Es un desperdicio utilizar las fuerzas policiacas para poner en la cárcel al parroquiano que excedió el delgado límite; aunque resulta obvio que es más fácil detener a un supuesto borrachito, que delincuentes de horca y cuchillo… Parece que se gobierna con más celo pastoral que con estrategia política.
Los grandes líderes saben que gobernar no es reprimir, sino persuadir. La política auténtica es el arte de convencer, no una fábrica de hacer culpables. Los grandes estadistas mueven a las sociedades con la palabra, con la capacidad de convocar y construir consensos. Gobernar no es mandar por decreto, sino influir con carisma.
Desconcierta que una figura carismática como Ale haya privilegiado el castigo en lugar del liderazgo. Los leoneses no requieren amenazas para entender que manejar con copas de más es irresponsable; bastaría una campaña sensata, incentivos para cambiar hábitos, publicidad, taxis ejecutivos seguros… Pero lo que no necesitan es una vara inquisitorial que castigue con naturalidad perturbadora hasta el “Brindis del Bohemio”.
“Gobernar no es castigar”, decía con sensatez alguien que entendía de poder. Si además de ejercer autoridad la alcaldesa lograra activar la energía social, generar conciencia y alinear voluntades, obtendría más que obediencia: lograría admiración y liderazgo duradero. Porque “quien logra influir con su voz y conectar con la gente, ha encontrado el camino hacia la grandeza”: Obama.
En resumen: bastan dos copas para ir “del gozo al pozo”. No porque haya embriaguez, ni pérdida de reflejos, ni daño alguno, sino porque el placer ha sido reglamentado. La consigna estudiantil del 68 resuena con fuerza ante la beatitud normativa: “Prohibido prohibir”. Es un recordatorio de que los avances sociales no se miden por la cantidad de castigos impuestos, sino por la capacidad de gobernar sin necesidad del garrote…
