Me decía el hermano Job -un coadjutor salesiano-, una definición bien interesante de los “elefantes blancos”: me decía que es un calificativo que se elabora desde épocas de reyes, al invertir en obras “faraónicas” y que “…son aquellas construcciones que solo ellos pueden comprar y mantener ellos, es decir, quienes tienen mucho poder o dinero, pero que, además, no tienen utilidad y al final, no se pueden vender ni hacerles producir”. Esta definición me pareció práctica y la mente me llevó a las que he conocido, algunas de las cuales he analizado en este espacio, con el solo propósito de buscarles aspectos positivos en medio de tantos malos.
En México, como en otros lugares, los “elefantes blancos”, son proyectos de construcción o iniciativas que, a pesar de su alto costo inicial y operativo, resultan innecesarias o con poca utilidad para la población; a veces, son hechas por fines políticos o clientelares, sin una justificación real de su necesidad o impacto social. Hay proyectos de infraestructura social, como hospitales, carreteras o edificios gubernamentales, que quedan paralizados o terminan siendo subutilizados (en la maxipista de Aguascalientes, desde su construcción se pueden ubicar, por ejemplo, dos puentes que no tienen escaleras de acceso). También hay inversiones en programas sociales con poca efectividad y que alivian carencias, pero no forman capacidades en las comunidades; programas gubernamentales que, a pesar de la inversión, no logran los resultados esperados o generan impactos negativos a largo plazo, creando clientelismo y hasta flojera en la gente. Inversiones en empresas con poca rentabilidad (como Mexicana de Aviación). Empresas estatales o privadas que no generan utilidades ni contribuyen al desarrollo económico.
Pero fue AMLO quien dio cátedra de cómo construir “elefantes blancos”; el Tren Maya que ha costado 5 veces más de su presupuesto original con una catástrofe ambiental; el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, que se acerca a los 100 mmdp (sin incluir los costos de cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México NAICM) o el Gas del Bienestar o la Mega Farmacia (que pude conocer por cierto y es una tristeza conocerla). La pregunta es, si estas obras de infraestructura contribuirán algún día al crecimiento sustentable de la economía, especialmente del sur del País, que es donde se concentran, pues ya son más “elefantes blancos” que se suman a la manada galopante de proyectos improductivos.
En Guanajuato “no cantamos mal las rancheras”, empezando por una monumental: el Parque Guanajuato Bicentenario; mil 100 millones de pesos en su construcción más todo el gasto operativo y su absurdo mayor, la estatua de la “victoria jalada”. Escuelas públicas solitarias en turnos vespertinos; la planta tratadora de aguas de la Universidad de Guanajuato o el parque agrotecnológico Xonotli. En León, también tenemos nuestros elefantitos: el edificio ubicado frente a la glorieta del Monumento a la Madre, que estuvo a medio construir, durante cerca de cuatro décadas y que fue demolido hace pocos años y quiere revivirse ahora, con otra construcción (no imagino cómo algún valiente se atrevería a cruzar para ingresar). Tenemos desde los años ochenta la Plaza San Miguel frente a la deportiva del Parque del Árbol; podemos sumar a Plaza Venecia construida hace 20 años y que nomás no ha podido tener un uso práctico.
Los últimos años la Gran Plaza se sumaba a la lista de nuestros “elefantes blancos”. No podemos discriminar al cadáver de concreto de la Torre Milenio, que se hizo para que fuera un emblema del nuevo siglo y cumple 25 años de inutilidad. Recuerdo más: el Centro Comercial Las Hilamas, que no ha podido tener utilidad y que incluso fue cuartel de la Guardia Nacional. En fin, así podríamos seguir con la lista de inversiones sin utilidad, pero la cuestión es cómo los seres humanos podemos hacer de la inutilidad, algo útil. La cuestión es “salirnos de la caja” y buscarle utilidad. No es fácil, pero es posible. En León, tenemos la Torre Andrade, esa enorme construcción de 55 metros de altura y 15 pisos, que por más de 40 años estuvo abandonada y que tiene ahora en forma espontánea, un nuevo uso para eventos artísticos y culturales, que la misma juventud tomó como propio ante el abandono. Ya que tenemos los “elefantes blancos”, hay que buscarles utilidad.
