En los primeros días de la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo ocurrió el “error de diciembre”, tras heredar una economía “agarrada con alfileres”. El paso de estafeta entre Pedro Aspe y Jaime Serra fue desaseado, a pesar de ser dos técnicos competentes, a los que respeto, y cuyo perfil hoy querríamos para cualquier secretaría. Como secuela de esa crisis hubo que rescatar a la banca. A toro pasado se critica al Fobaproa, pero sin éste habríamos sufrido una crisis inimaginable. Logró preservar la integridad del sistema de pagos y ningún ahorrador resultó afectado. Sí, hubo abuso para inflar el rescate, pero el gobierno de Zedillo actuó con la destreza que la crisis exigía.

En la historia, Zedillo será el Presidente que democratizó a México, que fortaleció al Poder Legislativo y dotó de independencia al Judicial. En 1989 oí al expresidente Miguel de la Madrid decir que no imaginaba cómo se podría gobernar México sin mayorías legislativas. Zedillo promovió ese escenario y enfrentó el dilema. Cuando Fox ganó en 2000, le puso la banda presidencial sin ambages. Muchos priistas jamás se lo perdonaron.

Desde 2002, Zedillo se dedica a la academia. Así como la transición de De la Madrid al FCE marcó un contraste anhelado con las accidentadas salidas de Echeverría y López Portillo, la de Zedillo lo marcó con la de Salinas. Su llegada a Yale como director del Centro de Estudios de la Globalización, donde sigue 23 años más tarde, confirmó su intachable reputación. Desde entonces vive en New Haven, en la “medianía” de un académico. En 2016 escuché al presidente de Yale expresarse con orgullo de su destacado papel en una de las universidades más prestigiosas del mundo.

Por décadas, Zedillo se rehusó a opinar de sus sucesores, incluso en privado. Hoy, la realidad le fuerza a hacerlo. Su crítica en Letras Libres es impecable y valiente. Pone el dedo en la llaga. Sí, vivimos una regresión hacia la tiranía; sí, la “reforma” judicial “no pasaría ningún criterio de rigor constitucional” y nos deja en manos de jueces improvisados y al servicio de Morena. Sí, ese partido logró mayorías legislativas con interpretaciones tramposas de la ley y ha infiltrado a incondicionales en órganos electorales, haciéndose de mayorías en la Corte gracias a extorsión y prácticas mafiosas. Se acabó la separación de poderes.

Zedillo alza la voz porque no tiene cola que le pisen. Su vida pública se enfocó en colaborar con líderes como Felipe González, Kofi Annan o con intelectuales como Vargas Llosa. Nada gana rompiendo su silencio y a mucho se expone. La respuesta de la doctora Sheinbaum ha sido patética. Incurrió en la falacia lógica más burda, el argumento ad hominem. Cuando se carece de razonamientos para derrotar el argumento del adversario, solo queda desacreditarlo.

Ella sabe que las obras públicas de AMLO, y la cancelación del NAIM, no resisten escrutinio de un auditor independiente. Ha sido cómplice en la destrucción de nuestra democracia y del desmantelamiento del sistema judicial, condenándonos a una impartición de justicia improvisada que, de paso, mata la inversión privada. En el pecado llevará la penitencia. Siembra una crisis de la que la culparán, si le revienta en las manos, para pavimentarle el camino a Andy o a AMLO. Ante lo que viene, impulsan su Ley Mordaza.

La elocuente crítica de Zedillo exige que quienes tenemos voz seamos su eco. Debería, de paso, despabilar a líderes empresariales que se han resignado a que este gobierno “es lo que hay”, porque lo que hay es la desaparición de la democracia, del Estado de derecho y de la separación de poderes. Lo que hay es un país más pobre e injusto. Lo que hay es un gobierno autoritario que extorsiona, calla y somete; un México que le cedemos a las organizaciones criminales, un país con 100 mil desaparecidos donde la impunidad reina. Lo que hay es un gobierno inepto y mediocre.

Si esa historia está por escribirse, alcemos la voz para exigir otra. No puede ser nuestra generación la que pierda México. Somos mucho más que este cuento de terror que nos imponen.

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