Aprovechando la temporada de vacaciones, propongo, para cambiar de aires, una reflexión histórica sobre cómo nuestro país perdió más de la mitad de su territorio durante el siglo XIX, a manos de los Estados Unidos de América (EEUU). Intentaremos una aproximación diferente a esta interesante cuestión.
Todo arranca hacia 1830, recién independizados del Imperio Español. Porque México, antes Nueva España, era eso, una rica provincia que constituía una gran parte de ese importante imperio. Lo esperado hubiese sido que conservara y ensanchara sus fronteras. Incluso, en el norte tenía disputas con Inglaterra por la zona que correspondería a la actual Columbia Británica, cuya capital regional es Vancouver.
Unos años antes, en 1803, Napoleón vendió Luisiana a los americanos; y luego en 1819 España les entregó la Florida. El motivo fue que la monarquía española había quedado en bancarrota luego de la invasión napoleónica a su territorio. Para mala fortuna de todos sus súbditos, el rey español resultó ser el más torvo e imbécil de la dinastía Borbón: Fernando VII, el cual acabó hundiendo a su debilitado y enorme imperio.
Al inicio del siglo XIX la recién creada nación mexicana era habitada por casi 7 millones de personas. Había sido una de las joyas imperiales, incluso el gran geógrafo y viajero Alejandro von Humboldt calificó a la Ciudad de México como la “Ciudad de los Palacios”. En comparación, la población total de EEUU era de solo 5 millones de habitantes en esos primeros años. Urgidos por ensanchar sus fronteras, desataron una injusta guerra en contra de México en 1846. Pero el dato relevante es que ya para entonces EEUU tenía una población cercana a los 20 millones de habitantes y un ejército poderoso y moderno. ¿Cómo creció tanto su población y su economía?
Aquí la respuesta: la migración. Esta se vio favorecida por un auge extraordinario gracias a la Revolución Industrial que ya despuntaba. En 1807 Robert Fulton inventó el barco a vapor. Y ya para 1837 el “SS Great Western” cruzaba el Atlántico en solo 15 días con 150 pasajeros. A partir de ahí surgieron líneas marítimas que comunicaban regularmente los puertos ingleses y americanos. Un comparativo, en 300 años de dependencia española cruzaron a América cerca de 100,000 hispanos. En unas cuantas décadas del siglo XIX arribaron millones de migrantes a suelo norteamericano.
Al mismo tiempo que esto sucedía en el Atlántico, los buques de cabotaje a vapor se multiplicaban en los ríos americanos, convirtiendo sus riberas en amplias zonas comerciales, por donde se transportaban todo tipo de mercancías. Primero por el río Hudson con un tráfico anual de cientos de barcos, y luego el Mississippi con 1,200 vapores por año, circulando por los territorios adquiridos a Francia de la Luisiana. Millones de europeos intentaban cruzar a América para integrarse a la nueva economía que se construía en torno al uso del vapor, una nueva tecnología.
En poco tiempo el cruce del Atlántico se redujo de 3 meses hasta a menos de una semana. La capacidad de los navíos aumentó exponencialmente y el preció del pasaje bajó. A estas ansias de llegar al nuevo continente, se sumaron las hambrunas que asolaron Europa y la fiebre del oro de California. Para 1900 EEUU alcanzó los ¡76 millones de habitantes! Su crecimiento era imparable e imposible de frenar.
En contraste con lo que ocurría a la demografía norteamericana, México apenas superaba los 13.5 millones de pobladores en el año 1900. El Estado borbónico había desaparecido. La clase política criolla y mestiza, que sustituyó a la peninsular, resultó incompetente y corrupta. Sin los “juicios de residencia”, muy utilizados para controlar la rapiña y abusos de los gobernantes, los nuevos dueños del poder entraron, sin frenos, a saquear el tesoro público. Desde entonces no han parado. La migración europea no llegó a nuestro país por el miedo a las continuas guerras que se desataron entre diversos grupos políticos irreconciliables. Para rematar, la Constitución de 1824 prohibió la llegada de extranjeros que no profesaran la religión católica. Nos aislamos haciéndonos chiquitos en contraste con nuestro agigantado vecino.
Conclusión: Mientras México signaba un destino secundario en América, nuestros vecinos del norte construían una nación rica y en expansión, gracias a sus políticas migratorias inclusivas y a la promoción de un comercio fluido con todo el mundo, que corría por las venas de sus grandes ríos navegables y luego por los rieles de sus ferrocarriles. Así se encumbraron aceleradamente los EEUU. Curioso, ahora reniegan de su pasado, y con su presidente a la cabeza, insisten en desandar el camino, decididos a tornarse en tribu. En el absurdo total, apuestan por aislarse, en un mundo naturalmente globalizado. Travesuras de la historia.
Referencia: “El nacimiento del mundo moderno”. Paul Johnson. Javier Vergara Editores, 1999.
