Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.
Baruch Spinoza.
En la presentación de los “aranceles recíprocos” el pasado miércoles 2 de abril, el magistral demagogo Trump innovó su primer eslogan y lo pronunció con gran entusiasmo: “¡Vamos a hacer rica (wealthy) de nuevo a América!”.
Esa fue la gran preocupación de los reyes del principio de la Edad Moderna: de Fernando e Isabel de Castilla, que empobrecidos por la reconquista de España, para conseguir las valiosas mercancías del oriente, financiaron el viaje de Colón a través del océano del occidente. Y también de los reyes ingleses y franceses, que frecuentemente, por más de trescientos años, necesitaban dinero para financiar las guerras repetidas entre Francia e Inglaterra.
Pero sobre todo, Trump parece no estar enterado que la causa inmediata de la lucha de independencia que iniciaron las 13 colonias americanas en 1776, fueron los aranceles que impuso el Parlamento Inglés a las importaciones del té que los colonos americanos traían a las colonias americanas. La famosa Fiesta del Té de Boston, que consistió en que los colonos disfrazados de indios arrojaran al mar la carga de té de un barco atracado en el puerto, fue el inicio del proceso de Independencia del que surgieron los Estados Unidos de América en 1776.
Esa necesidad de riquezas de los reyes europeos de los siglos XVI al XVII despertó el interés de analistas que intentaron explicarle a los gobernantes cómo obtener riquezas. Esos intentos teóricos llevaron a la gestación de la Economía como ciencia social en el período llamado Mercantilismo. Uno de los primeros autores de esta tendencia, Luis Ortiz, español, publicó en 1558 su libro Memoria al Rey para que no salgan dineros de estos reinos de España, en el que aparece de forma inicial el concepto de Balanza Comercial. Concepto que Trump no logra entender, porque repetidamente se ha referido a que muchos países “roban” a Estados Unidos porque le venden más de lo que le compran. Por poco más de 300 años se dio un consenso en Europa sobre que un reino se volvía rico entre más oro obtuviera. Los españoles nunca entendieron por qué con todo el oro que llegó a España de América en el Siglo XVI, las mercancías cada vez se volvieron más caras, y a la gente no le era suficiente el oro que conseguía. Inclusive en los años veinte del Siglo pasado, los alemanes sufrieron una de las más grandes hiperinflaciones de la historia, porque hace cien años todavía no se entendía que la abundancia de dinero no hace rica a la gente, sino sólo crea una gran inflación.
Ha existido desde mediados del Siglo XX un gran consenso entre los estudiosos de la Economía que ésta nació como ciencia con el libro de Adam Smith, publicado en Inglaterra en 1776 (el año de la independencia de Estados Unidos), con el nombre de “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (An inquiry into the Nature & Causes of the Wealth of Nations). En ese libro Adam Smith propone que la riqueza de las naciones se basa en el crecimiento de la producción de un país, y este crecimiento tiene como causa dos factores: la especialización y división del trabajo en sub procesos, y la libre competencia. La especialización permite una gran eficiencia en la producción de bienes y la libre competencia un gran crecimiento de esa producción.
Esta teoría fue el antecedente a la Teoría del Comercio Internacional propuesta por David Ricardo en su libro de 1817 Principios de Economía Política y Tributación, en la que este autor propone la especialización por países, de tal manera que cada país se dedique a producir aquellos productos (o servicios) para los cuales es mejor.
Trump pretende que Estados Unidos vuelva a convertirse en un país manufacturero que fabrique todo lo que los consumidores de Estados Unidos demandan, para que no salgan dólares de Estados Unidos al comprar mercancías a otros países. Esa era la propuesta fundamental de los autores mercantilistas antes de Adam Smith. Una gran falacia. Estados Unidos no puede competir con China en manufactura: China produjo en 2024 $5,650 billones de dólares en manufacturas, mientras Estados Unidos solo produjo $2,300 billones, Japón $1,000 billones, Alemania $800 billones y la india $500 billones.
Y esa misma falacia encontramos en el Plan México expuesto el pasado jueves y viernes por la presidenta Claudia Sheinbaum que propone el proyecto de que México se convierta en “autosuficiente” en productos agrícolas como el maíz y el frijol. Y hemos explicado que México no puede competir con Estados Unidos en la producción de maíz, porque el maíz requiere de gran cantidad de agua para su cultivo y México no tiene agua. Y Estados Unidos sí.
Entonces, tanto Trump como Sheinbaum deben preguntarse: ¿para qué somos eficientes en nuestro país? Si Estados Unidos no puede competir en manufactura con China, es un gran error que Estados Unidos se dedique a la manufactura. Y si México no puede competir en productos agrícolas que requieren gran cantidad de agua, es un error insistir en esa producción.
Estados Unidos ya superó la Era Industrial de la producción manufacturera. De hecho el Producto Interno Bruto de Estados Unidos está formado solamente por el 2% de producción agrícola y minera, el 16% de producción manufacturera y el 82 % de servicios: comercio, servicios financieros, mercadotecnia, arte, música, turismo… Y en el caso de México, más del 50 % del PIB lo constituyen los servicios.
Alguna vez mi estimado amigo Mario Plascencia Saldaña comentó en uno de mis cursos de diplomado que un negocio es tan bueno como el precio de un kilo de lo que venda. ¿Cuánto vale un kilo de arte, un kilo de ciencia, un kilo de conocimiento, un kilo de tecnología…? Trump y Sheinbaum, ¿podrán alguna vez entender algo de Economía básica?
