La vida me fue llevando, por nacer en Puebla y desde la infancia, pasear y gozar los bosques de los grandes volcanes, para empezar a comprender el ciclo del agua. Soy de esa generación de alpinistas que todavía conoció los glaciares de Popocatépetl, del Iztaccíhuatl y del Pico de Orizaba y que hoy, con el cambio climático desaparecieron, por esta feroz contaminación que provocamos las personas y las empresas. Cuando llegué a León hace 35 años -y aunque aquí no tenemos esos monumentales colosos- fui conociendo a personas que gustaban de la misma causa de germinar, sembrar, regar, fertilizar y gozar de los árboles como Humberto y Angélica; encontré en el mismo propósito a Don Jorge Arena y a los primeros alumnos de la Maestría de Protección y Conservación Ambiental que abrimos con Mario Figueroa en la Ibero León. Pero fue en los recorridos a la Sierra de Lobos y después con los ejidatarios del Gigante, como comprendí a este ecosistema que hace miles de años eran bosques de pino.

Gracias a la amistad con biólogos expertos en flora como Enrique Kato y en arbustivas nativas como Rosario Terrones, desde CIATEC armamos proyectos con la química Ale Rivera, para recuperar el germoplasma original de la zona y reforestar con las arbustivas nativas que Guanajuato tuvo hace siglos. Pero en estas andanzas, fue que vi el avance voraz de plagas como el gusano barrenador y el descortezador, el muérdago y el paxtle (heno motita o pascle, que se adhiere a los mezquites y huizaches) y que fueron terminando paulatinamente desde cerro arriba hacia abajo, con nuestros bosques. 

Pero en los últimos 20 años vi pasar de algo relativamente pequeño, a una mortandad impresionantemente mayor, de buena parte de los árboles de la ciudad. Aunque se habla de la pérdida de masa arbórea en las sierras de Guanajuato y en las ANP (áreas naturales protegidas), apenas nos damos cuenta de la catástrofe de nuestros árboles en las calles.

Traté de buscar explicaciones a este fenómeno que es multifactorial. No es solo culpa del gobierno (aun cuando mete como funcionarios a políticos militantes de partido, que poco o nada saben de gestión ambiental), sino que también es parte de nosotros la sociedad, que solo exige, pero que no participa en cuidar a los árboles. Es decir, este es un asunto cultural, pues los leoneses no hemos desarrollado esa actitud de amor por el árbol. El resultado es que la relación de árboles por cada 10,000 habitantes es muy baja. Hemos tenido una mala selección de especies para reforestar las calles, es cierto, pero ya tenemos una “paleta vegetal”. Hay cantidad de casos de mortandad, que mueven a la opinión pública, desde “los árboles del malecón” hasta la situación de parques como el “Del Árbol” que tiene a buena parte de sus árboles convertidos en madera.

Los árboles en León mueren por condiciones genéticas y del entorno, es cierto. La transición biológica de la que he hablado aquí por décadas, debido al calentamiento global y a las acciones antropogénicas (de las personas), provocó que los bosques de pino se hicieran de encinos y después de huizaches y ahora de cactus, cambiando el régimen de lluvias. Son más las causas de la muerte de los árboles: el incremento de temperatura anual, los siniestros de fuego, las inundaciones, la erosión por viento, los ataques de insectos como las hormigas, las enfermedades reflejadas en el estrés hídrico. Además, el nivel freático sigue bajando y los árboles “ya no alcanzan agua con sus raíces” y, sobre todo, el muérdago.

Son muchas, las consecuencias de la muerte de los árboles, como la pérdida del hábitat de especies, el cambio climático, la desertificación de suelos húmedos, el impacto en el paisaje y en el turismo, los hundimientos del suelo, la erosión de taludes, la disminución de la humedad relativa, pérdida de sombra, desregulación del régimen hídrico y pérdida del oxígeno vital. La genética de los árboles evoluciona, pero no hace maravillas y así, el muérdago, la principal plaga, debilita a los árboles que están infestados y los mata. Por más que he alertado a los dominicos de Fátima, casi la totalidad de sus árboles murieron o vayamos al Metropolitano. Cada año, se incrementa la tasa de mortandad a rangos de 4 a 6%. No hay agua tratada para regarles ni brazos para echarles un cubetazo. Pero hay posibles: vayan ahora al Parque Chapalita con árboles sanos o visiten la parte alta de la Arbide conmigo y verán a cientos de árboles nativos que después de año, sombrean sus calles, esperando sean muchos más quienes sigan el ejemplo.   

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *