“No es el celibato lo que lleva a los abusos, pero la forma en que vivimos el celibato puede ser un riesgo”.
Cardenal Reinhard Marx, (Munich)
“No veo por qué los sacerdotes tienen que ser célibes por principio”.
Cardenal Jean-Claude Hollerich (Luxemburgo)
“El celibato es una tradición eclesiástica y no una ley divina, por lo que puede cambiarse”.
Cardenal Christoph Schönborn (Austria)
El Papa Francisco lucha contra la Iglesia conservadora en varios frentes, todos difíciles de cambiar.
Las afrentas de los abusos sexuales de sacerdotes pederastas a niñas, niños y jóvenes por todo el mundo, que debilitan a la institución en lo moral y lo económico.
La definición clara de aceptación de los católicos con orientación de género distinto a la tradición heterosexual, es decir los grupos LGTB+, primero por sus derechos y el reconocimiento de su condición humana como parte de la pluralidad de la vida misma.
El cambio de la condición del celibato sacerdotal, un tema que cualquier católico comprende como un freno para el desarrollo y el futuro de la misma Iglesia. Nadie cree que el celibato sea un mandato divino, ni siquiera algo que ayude a la economía del Vaticano. Por el contrario, muchos creemos que los crímenes en contra de niños y niñas tienen parte de su origen en ese mandato irracional e inhumano de no poder tener familia y descendencia.
Otro tema que será de mucho interés para las próximas generaciones es el lugar de la mujer dentro de la fe Católica. Digan lo que digan, la mujer tiene un lugar secundario en la estructura clerical. Ni pueden celebrar los sacramentos; ni pueden confesar los pecados; ni pueden ser sacerdotes, obispos, cardenales o papas. El patriarcado tiene que romperse algún día para reunir a todos los géneros, incluidos quienes pertenecen a los grupos LGTB+, en reconocimiento a su igualdad humana, a su capacidad de servir a sus semejantes desde el sacerdocio o desde cualquier puesto dentro de la institución.
Sé que estos argumentos no vienen bien al conservadurismo católico pero recurro a uno de los pensadores más brillantes de la Iglesia, Teilhard de Chardin, quien ofrece su ensayo de vida interior, El Medio Divino, “para aquellos que están en movimiento, tanto desde adentro como desde afuera, es decir, para aquellos que, en lugar de entregarse completamente a la Iglesia, la rodean o se alejan de ella con esperanza de superarla”.
Teilhard, jesuita que fue censurado hasta su muerte en 1955, tuvo la larga visión de décadas de luz. La Iglesia no puede ser estática y en el fondo no lo ha sido por la fuerza de la razón o por la fuerza de la realidad. Fue terriblemente lenta en aceptar la falsedad de un universo antropocéntrico; tardó en aceptar el mito de la edad bíblica del mundo (4 mil años); dilató un siglo en reconocer la Evolución como ciencia válida o la inexistencia de un infierno después de la muerte. Ahora el poco divino mandato del celibato tiene que cambiar. Es la voz de muchos cardenales.
Quienes, como lo aconsejaba Teilhard, vemos desde fuera a la institución religiosa más importante del mundo, sabemos que la inclusión total la renovaría. Le daría ríos de feligreses en todo el mundo; le ayudaría a humanizarse más y conseguir sus metas evangélicas, espirituales y vitales. Ampliaría su misericordia y caridad con los hoy excluidos. Teilhard diría que sumaría múltiples vectores para llegar del Alfa al Omega, el Cristo del último destino humano.
