Para Donald Trump y los norteamericanos no habrá un almuerzo gratis si deciden poner más impuestos a sus importaciones. La advertencia de un desequilibrio no viene de agentes extranjeros, ni de exportadores mexicanos o europeos, menos de los chinos. Jerome Powell, jefe de la Reserva Federal lo señala: si aumentan los aranceles, subirá la inflación.

El mandato de la Reserva Federal es doble: precios estables e incentivar el empleo. El Banco de México sólo tiene uno: controlar la inflación. Powell sabe que Trump quiere y puede desatar una o varias guerras comerciales que darían al traste con el esfuerzo de los tres últimos años en disminuir la carestía para reducir las tasas de interés.

Las leyes norteamericanas sólo permiten que el Presidente tome medidas de emergencia económica cuando se decreta que existe una, pero hoy Estados Unidos crece, tiene bajo desempleo, aumenta su productividad y conserva el poderío militar que soporta el valor del dólar.

Podemos entrar en un supermercado norteamericano para ver la abundancia de productos provenientes de todo el mundo. La cerveza Modelo, fabricada en México, es la marca de mayor venta; también está Topo Chico, un producto regiomontano campeón. También hay arándanos y aguacates, hasta bebidas proteicas de yogurt envasadas en México por General Mills. Qué decir de marcas europeas de agua de calidad como Perrier y Pellegrino. Un supermercado de HEB o de Walmart, puede ser la exposición de un sinfín de productos de todo el mundo.

Lo mismo sucede en vinaterías con productos franceses y argentinos, o en las tiendas de ropa y calzado popular cuyos proveedores son mayoritariamente orientales. Pensar que de un día para otro los consumidores tuvieran que pagar un 60 % o un 15 % más por lo que se importa, sería elevar la inflación, que traería consecuencias desastrosas para las tasas de interés.
La otra promesa ingrata de Trump es regresar a “millones” de indocumentados a sus lugares de origen. Eso es casi imposible Si saca del país a un millón de trabajadores del campo, provocaría una escasez de alimentos y más carestía. Como el mercado interno de EE.UU es libre, los productores internos aumentan también los precios.

Los norteamericanos gozan de acceso a crédito barato para comprar autos, casas y financiar negocios. Si la tasa de inflación sube a 2 dígitos, vendría una recesión como la de 1980, cuando las tasas de interés “prime” llegaron al 21.5 % . Hoy que sepultan a Jimmy Carter (el presidente más decente que ha tenido Estados Unidos), podemos recordar que perdió la presidencia porque tuvo la responsabilidad de apoyar a Paul Volcker, entonces jefe de la Reserva Federal, al aumentar la tasa de referencia como nunca antes para contener el alza de precios.

México no debe contestar con aranceles en una guerra que afecte el mercado nacional, eleve los precios e impida la reducción de tasas de interés. Entrar a una guerra de aranceles, reduce nuestra competitividad y entorpece nuestras exportaciones. Hoy los economistas hacen cuentas del impacto que tendría en nuestra economía gravar partes, componentes o insumos que se transforman en los dos países. Hay piezas que cruzan varias veces la frontera antes de llegar al producto final.

Imaginemos que graven la gasolina y el gas proveniente de Texas, sería un balazo en el pie, una carga insoportable. Tenemos que seguir abiertos contra viento y marea. No hay de otra. 

 

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