La derrota que sufrió el Revolucionario Institucional en los estados que gobernaba en el 2022, fue una más de las que ha tenido desde el año 2000 cuando fue echado de Los Pinos. Aunque tuvo una recuperación con el triunfo de Peña Nieto, no ha cesado su agonía, que ha sido lenta y dolorosa. 

El Presidente no supo conservar el poder, la frivolidad con la que gobernó y la corrupción rampante que caracterizó a su gobierno, acompañado de un elenco de gobernadores deshonestos, desató la furious populi, que marcó el final de su sexenio con un exiguo 13 % de popularidad, reflejándose esto en la debacle que sufrió el PRI en las elecciones del 2018.

López Portillo entendió muy bien el devenir de la dialéctica histórica y en alguno de sus discursos profetizó: “Soy el último presidente de la Revolución Mexicana”. Quería decir que se acercaba el fin del PRI, su estatuaria presidencial, el Nacionalismo Revolucionario y la hegemonía de la que había gozado durante décadas, para dar paso a la globalización y el neoliberalismo. 

Dieciocho años de desastres económicos y malos gobiernos, a partir de Luis Echeverría Álvarez, y la presión mundial para abrir las fronteras al intercambio comercial, empujaron a Carlos Salinas de Gortari a iniciar la liquidación del Revolucionario Institucional, para poder modificar la Constitución de 1917 y  liquidar la propiedad social (ejido), el sindicalismo, el Nacionalismo Revolucionario, restablecer las relaciones Iglesia-Estado e  ingresar así a la nueva era de la globalización, del neoliberalismo social y económico. 

Al mismo tiempo, se desplazaba a los políticos de viejo cuño y se los sustituía por jóvenes tecnócratas formados en universidades del extranjero, empapados en teorías monetaristas identificadas con la nueva dinámica mundial. Con la nueva doctrina neoliberal, se empezaron a repartir las esquelas de “La Revolución” y por ende el velatorio para el PRI.

El respeto mundial por el PRI y su aceptación por parte de los mexicanos se sustentaban en que, durante 60 años, había sido garante de paz y estabilidad social. Vargas Llosa llamó al régimen “La dictadura perfecta.” La lucha entre los políticos de cuño nacionalista revolucionario y los tecnócratas del neoliberalismo, generó una guerra fratricida en la que el Partido ya no pudo ser el garante de la paz social. 

Como consecuencia de lo anterior, estalló la Guerra de Chiapas, la muerte de Colosio y el asesinato del secretario general del PRI, Ruiz Massieu. Y el Partido mostró su incapacidad, agotamiento y falta de respuesta para una sociedad dinámica y moderna que lo rebasó. El mundo y los mexicanos comprendieron que el PRI se había agotado como elemento estabilizador. Así las cosas, los mercados financieros exigieron la alternancia en el poder para que los mexicanos, con su voto, pudiesen premiar o castigar a los malos gobiernos.

El presidente Ernesto Zedillo sabía lo que tenía que hacer y tomó “la sana distancia de su partido”; metafóricamente, así anunciaba el fin de una era, el final del PRI. Un partido sin tierras qué repartir, campesinos qué controlar, sin jóvenes qué adoctrinar, sin doctrina qué predicar, huérfano de padre con la “sana distancia” de su presidente, se colapsó finalmente el 2 de julio del 2000.

El PRI, como oposición, fue importante y necesario; de no existir, probablemente Felipe Calderón no hubiese llegado a la presidencia de la República, a causa de los dudosos resultados de la elección, que el PRD denunciaba como  fraude electoral. Se trataba de algo similar a lo que había ocurrido en la cuestionada elección de Carlos Salinas de Gortari: el PAN y la jerarquía eclesiástica, después de la supuesta caída del sistema, tuvieron que respaldar la asunción  de Salinas a cambio del quid pro quo por prebendas y “concertacesiones”. Así llegó Carlos Medina a ser gobernador, por el dedazo de Carlos Salinas, sin voto ciudadano; sin embargo, este es de memoria corta, y ahora pone los ojos en blanco, se rasga las vestiduras y vocifera, porque el Gobernador tiene preferencia por Libia para la candidatura  a la gubernatura.

Pero volviendo al PRI, podría tener los días contados, a partir del desenlace de la “madre de todas las batallas”: Edomex. Es la joya de la corona, han gobernado 23 gobernadores tricolores. “Los idus de junio” amenazan con acabar con el saldo tricolor… El 4 de junio, Alito Moreno, Markito Cortés y Alfredo del Mazo, podrían ser los enterradores y entregarle el gobierno del PRI a Delfina. Esto traería como consecuencia el fin del legendario “Grupo Atlacomulco”. 

Algunos exgobernadores le han hecho el vacío a Alejandra del Moral, otros se agachan y se van de lado, mientras el gobernador Del Mazo se cruza de brazos. Así, el Grupo Atlacomulco ya no quiere que los laureles reverdezcan, solo quiere conservar su abultado patrimonio y la paz con Delfina, gobernadora.  

Pero el viejo Revolucionario, podría morir tranquilo, porque cumplió con su misión histórica para lo que fue creado: “Transmitir el poder pacíficamente, sin sangre, ni levantamientos armados”. El presidencialismo firmó su acta de nacimiento, pero también la de defunción.

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