El Domingo de Resurrección es una enorme oportunidad para tener esperanza. Ésa que nos mantiene vivos a pesar de nuestra pequeñez, de nuestra vulnerabilidad.
La pandemia del COVID 19 nos ha cambiado la vida y también ha reforzado esa manera a veces tan individualista de cuidarnos sin voltear a ver a los demás. Es cierto que los mexicanos tenemos esa dimensión familiar donde solidariamente cuidamos de otros, pero hemos ido perdiendo la actitud y conducta de ver por los más vulnerables, por los más desprotegidos. No lo podemos ocultar: el sistema capitalista está diseñado para que compitamos unos seres humanos contra otros y los menos fuertes sean excluidos.
Las personas vulnerables son aquellas que, por distintos motivos, no tienen desarrolladas capacidades para prevenir, resistir y sobreponerse de un impacto y, por lo tanto, se encuentran en situación de riesgo. Para la OMS, “son persona o grupos que, por sus características de desventaja por edad, sexo, estado civil, nivel educativo, origen étnico, situación o condición física y/o mental, requieren de un esfuerzo adicional para incorporarse al desarrollo y a la convivencia”. ¿De qué tamaño es el problema? ¿Cuántas personas están en esta condición en León?
La UNAM realiza un estudio para calcular el índice de vulnerabilidad en México, -al reconocer que la epidemia tiene efectos diferenciados en cada lugar y que éstos varían de acuerdo con características poblacionales- e integra 3 aspectos: demográficos (mayores de 60 y porcentaje de población indígena), socioeconómicos (índice de marginación de cada municipio a través del grado de educación, características de las viviendas: agua, electricidad, drenaje, piso de tierra; las condiciones de hacinamiento y la dispersión de la población, así como el porcentaje de población sin derechohabiencia a servicios de salud), y de salud (infraestructura instalada de salud, personal médico disponible, camas hospitalarias y los principales factores de morbilidades asociadas a complicaciones como diabetes, hipertensión, sobrepeso y enfermedades respiratorias).
El índice clasifica cuatro grados de vulnerabilidad: medio, alto, muy alto y crítico, y refleja que más del 60 por ciento de la población mexicana vive en municipios con vulnerabilidad media, en grandes centros urbanos que cuentan con la mayor infraestructura de salud y la mayor capacidad económica. Apenas la tercera parte de la población nacional se ubica en los grados alto y muy alto de vulnerabilidad sobre todo en el sur del País. Guanajuato es uno de los tres estados que no presentan municipios con vulnerabilidad.
Repliqué como hace 4 años, con un sondeo local en un panel que refleja la composición social de León, realizado a 350 ciudadanos leoneses, que la percepción sobre la vulnerabilidad, que el 81 % reconoce que tenemos población vulnerable; solo el 21 % afirma realizar acciones concretas de ayuda a esta población (excluyendo limosnas y obsequios) en tanto que el 76 % considera que es responsabilidad del gobierno y escasamente el 11 % reconoce corresponsabilidad en su atención, lo que refleja un enorme desafío cultural para que provoquemos mayor participación ciudadana.
En Guanajuato y en León no tenemos una aplicación del índice de vulnerabilidad, pero, aunque no aparecemos en el estudio de la UNAM, podríamos replicar la metodología e identificar a los grupos vulnerables en el norte y sur del estado y en las zonas marginadas de las ciudades del corredor industrial, para que instituciones de asistencia privada, fundaciones, asociaciones civiles y las áreas de gobierno. La solidaridad, ser fraternos con los más vulnerables, no se ha manifestado en nuestro País tanto como pudiéramos y debiéramos. Esto no es solo un asunto de los gobernantes o de las leyes. Debe ser resultado de la generosidad de quienes más tenemos, para ayudar a los más vulnerables. La muerte es una realidad entre quienes menos tienen y mucho de esto se puede evitar si fuéramos más solidarios en estos tiempos donde la esperanza es tan necesaria.
