WASHINGTON D.C.- Hay veces en la diplomacia en que basta con tomarse la foto, sonriendo y luego irse sin disfrutar de una larga comida. Ese fue el caso de la reciente reunión de los presidentes de México y Estados Unidos. En Twitter, López Obrador puso tres fotografías en la Oficina Oval de la Casa Blanca con Joe Biden. En las tres aparecen con una sonrisa. El canciller, Marcelo Ebrard, también puso una de esas fotos en un tuit y escribió: “En resumen”. Exactamente.
Aunque el Presidente mexicano expuso cinco puntos de cooperación -leyendo un discurso de casi media hora, mientras se lo traducían a un paciente Biden- y EU comprometió a México a gastarse 1,500 millones de dólares en sus puestos fronterizos -algo que Trump nunca logró-, lo importante fue que AMLO y Biden se vieran cara a cara. Esta reunión exprés -horas antes del viaje de Biden al Medio Oriente- se da luego que el Presidente se rehusara ir a la Cumbre de las Américas debido a que Biden no invitó a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Tras el desaire vino la reconciliación.
Las cosas, la verdad, les salieron bien a AMLO y a Biden. No crecieron las tensiones, hubo un trato muy respetuoso entre los dos, AMLO tuvo un recibimiento calurosísimo de cientos de mexicanos que lo siguieron a todos lados, no se desmanteló la Estatua de la Libertad y al final dijeron lo de siempre: que van a trabajar juntos, etc., etc.
La asimétrica relación está plagada de problemas y desacuerdos. La historia pesa y se resiente: México perdió la mitad de su territorio tras la guerra de 1848. Y esa frontera entre ambos países, como lo dijo el escritor Carlos Fuentes, es una “cicatriz que sangra”. Si algo tienen en común AMLO y Biden es que los dos son proinmigrantes y ninguno puede controlar lo que está pasando en la frontera.
Desde su balcón del Hotel Lombardy, AMLO le gritó a un grupo de inmigrantes que se les “quiere muchísimo” y resaltó su masivo envío de remesas a México. En los primeros cuatro meses de este año, enviaron más de 17 mil millones de dólares (17% más respecto al 2021). ¿Cómo no quererlos si están sosteniendo a la golpeada economía mexicana tras la pandemia?
Por su parte, lo primero que hizo Biden al llegar a la Presidencia fue enviar una propuesta migratoria para legalizar a millones de indocumentados. Biden no es Trump. Aunque la realidad es mucho más compleja y las deportaciones en la frontera continúan, Biden firmaría mañana mismo una reforma migratoria si le llegara a su escritorio.
El problema que tienen Biden y AMLO es que las olas migratorias los han desbordado. No pueden con ellas ni podrán. El hambre, la falta de oportunidades y el miedo a morir por el crimen es mucho más fuerte que el riesgo de cruzar el río Bravo, el desierto de Arizona o las montañas de California. Lo lógico es que la gente más pobre del continente (en el sur) se vaya al país más rico (en el norte y donde hay mejores trabajos, escuelas y servicios médicos). Datos. En mayo cruzaron ilegalmente 239 mil personas de México a EU. Cifras sin precedentes. Multipliquen eso por 12 y verán lo que se espera este año.
La realidad es que ni Biden ni AMLO pueden controlar esos flujos migratorios. Son mucho más grandes y poderosos que cualquier muro, patrulla fronteriza o guardia nacional; ley o pacto de cooperación. Millones seguirán llegando con y sin documentos. Controlar totalmente la migración es imposible. Lo más realista es tratar de manejarla y, quizás, reducirla un poco. Eso lo saben AMLO y Biden y por eso se necesitan mutuamente.
Luego de la reunión, le pregunté a Juan González -asesor de Biden sobre América Latina- cómo describiría la relación entre México y EU, y me contestó: “Es necesaria y es una de las relaciones más importantes que nosotros tenemos, sin importar el tema”. No dijo amistosa, maravillosa o ejemplar. Dijo “necesaria”. Eso es. México y Estados Unidos se necesitan. Biden y AMLO se necesitan. Por eso posaron muy alegres en esas fotos. No tienen más remedio que llevarse bien.
Cuando terminó la reunión, un grupo de reporteros estábamos esperando a López Obrador a las afueras de la Oficina Oval dentro de los predios de la Casa Blanca. Le pedimos que se acercara para hacerle unas preguntas. Nos vio. Nos saludó de lejitos y sin pensarlo mucho se metió en una camioneta protegida por el Servicio Secreto. Lo vi pasar frente a nosotros, a dos metros, detrás de su vidrio polarizado. Seguía saludando con la mano.
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