“Soy tan solo viento sediento y pronto me iré.

Soy tan solo niebla que anhela un atardecer”

Rafael Flores, 

para el conjunto jesuita llamado La Fauna. 

 

Los jesuitas buscaban la congruencia entre su pensamiento moderno y la realidad de la desigualdad y el sufrimiento humano de los más pobres. Tuvieron una crisis existencial en los setentas cuando decidieron tener la preferencia por los pobres. Cerraron el colegio Patria en la CDMX y estuvieron a punto de hacer lo mismo con el Instituto Lux. 

Era la época de las revoluciones sociales, del auge marxista en Latinoamérica; era el tiempo en que la “Teología de la Liberación” inundó el pensamiento liberal de la Orden. El padre Javier Ávila, guitarra en mano, conquistaba el espíritu de los jóvenes con canciones poéticas. Lo mismo lo hacía en las celebraciones eucarísticas acompañado por la música de La Fauna. 

Un día partió a la Tarahumara para convertir la palabra en verbo y entregarse al servicio de los más desfavorecidos. Muchos de sus compañeros salieron de la congregación antes de ordenarse, otros lo hicieron después para casarse. El Instituto Lux prevaleció gracias a la lucha incansable del padre Jorge Vértiz Campero por mantenerlo abierto. 

Para ser congruentes, los jesuitas pensaban que era indispensable dedicar su vida al servicio de los más necesitados y no a los hijos de familias clase medieras y acomodadas de la sociedad. Literalmente seguían el mensaje de los evangelistas, de San Mateo cuando citaba a Cristo que decía, “Anda, vende tus bienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego sígueme”. 

Javier Ávila, Javier Campos y Joaquín Mora, dejaron todo para ayudar en la Tarahumara a los mexicanos desposeídos a quienes entregaron su misión de vida. La congruencia del pensar y el hacer los mantuvo hasta su tercera edad en el servicio a los demás. Campos y Mora encontraron la muerte en medio de la violencia que azota al país. Un guía de turistas quiso encontrar el cobijo de la iglesia ante la persecución de un criminal. No lo logró. Murió baleado y cuando los jesuitas quisieron atender a la víctima, fueron acribillados. 

Aterrados, los demás sacerdotes guardaron sigilo el lunes hasta sentir que podían hacer pública la trágica noticia. La degradación de la vida social por la lucha de poder entre narcos y la ausencia del gobierno llega a tal grado que los asesinos no respetan a infantes, jóvenes, mujeres, ancianos y ahora sacerdotes cuya única misión es aliviar la existencia de los demás. 

Alguien decía, equivocadamente, que la trágica muerte de los sacerdotes fue un premio porque los consagra como mártires. Perdón pero es una aberración. Nadie debe morir martirizado, ni baleado ni ejecutado por la mano de otro hombre para llegar a la santidad. Javier Campos S.J. y Joaquín Mora S.J. fueron santos antes de morir porque dejaron casa, familia y hogar para entregar su vida a los demás. 

Los jesuitas son los religiosos más preparados y humanistas que hay dentro de la Iglesia Católica. El propio Papa Francisco es prueba viva de esa cualidad que unifica a la Compañía de Jesús como la orden que siempre va a la vanguardia del pensamiento filosófico cristiano. 

Los jesuitas enseñaron y enseñan que la vida sólo se merece si la dedicamos a una causa, a una misión. Eso es universal. Podemos estar de acuerdo o no con su teología, con sus dogmas y creencias, pero nadie puede objetar la congruencia humanista entre su decir con su hacer.  Sí, ellos son vientos sedientos de justicia social y de paz.

Que la tragedia mueva nuestro espíritu para luchar por un país donde vivamos con justicia y sin impunidad.

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